Durante los últimos días el periodismo está bajo sospecha de mala práctica, contaminado por el clima tóxico que domina la relación entre los partidos políticos, encabezados por sus líderes, embarcados en un intento de descalificación recíproca más allá de las normas de educación y convivencia y de la ejemplaridad que cabe exigir a quien pretende representar y defender intereses generales. Quién tiene la culpa o quién empezó es menos relevante que quién va a tener el coraje y la inteligencia de parar la deriva autodestructiva en la que están metidos.
Periodistas de muy distinta condición se sienten apelados a dirimir las diferencias políticas de esta estrategia y se suman, sin parar en barras, a uno u otro bando con estúpido seguidismo. La confrontación político-partidista se replica con semejante belicosidad y carencia de inteligencia entre algunas cabeceras que se sienten hora protagonistas hora antagonistas de una realidad que les debía ser ajena.
El periodismo hoy pasa por problemas estructurales complejos y críticos. Ha perdido credibilidad por su creciente debilidad, y a la hora de buscar su función en la nueva sociedad digital en vez de reforzar sus principios éticos de búsqueda de la verdad, de verificación, de imparcialidad y contraste de sus informaciones, de dar espacio a distintas posiciones y voces, se está inclinando por una parcialidad militante que le aleja de la ciudadanía.
Malo es para la convivencia y la prosperidad que los dirigentes políticos se dediquen a la destrucción del contrario, pero tan malo como eso es que los vigilantes de la convivencia de dejen arrastrar al lodazal de las descalificaciones, las mentiras y la manipulación.
Precisamente, en momentos de confusión y niebla es cuando el periodismo dispone de mejores oportunidades para acreditar su función y ganar credibilidad y seguidores. Incurrir en el fanatismo con el cálculo de que así se consiguen seguidores es un error fatal del que no saldrá nada bueno. A los líderes políticos se les pueden exigir que paren esta deriva y de los periodistas profesionales, directores y redactores con personalidad y criterio, cabe esperar que desempolven las viejas reglas del oficio, los códigos éticos que son conocidos y de fácil aplicación.