En una de las escenas de la película Las sandalias del pescador, el cardenal Leone mantiene una intensa conversación con el recién elegido papa Kiril I, interpretado magistralmente por Anthony Quinn. En este diálogo, el purpurado transmite el calvario que este pontífice había comenzado a subir, tras su elección, y la soledad que le acompañaría hasta el mismo día de su muerte. Me ha venido a la mente este pasaje de la película a raíz de la enfermedad del papa Francisco que en estos días nos mantiene en vilo a la mayor parte del mundo católico. No creo que me equivoque al pensar que los sentimientos de sufrimiento y soledad del actual papa son semejantes a los que padecía el de la ficción cinematográfica. El papado de Francisco tiene muchas concomitancias con el de aquel 'hombre bueno' que fue Juan XXIII, que trató de abrir las ventanas de una institución, la Iglesia Católica, a través de un Concilio al que entonces y ahora los 'profetas de calamidades' consideraron y consideran injustamente como el principio de la gran crisis de esta institución. El célebre e improvisado discurso de la luna, pronunciado por el papa Roncalli la noche de la inauguración del Vaticano II, es una prueba de la fe en el hombre y de la humanidad de aquel gran pontífice, a mi juicio muy semejantes a las del actual.
Francisco ha tenido la valentía de poner sobre la mesa muchos temas que han suscitado notables polémicas en el seno del catolicismo que hoy en día se encuentra entre el riesgo de separación de una parte de la Iglesia, como la alemana, que apuesta por la vía de la sinodalidad, y las posturas tradicionalistas y ultramontanas, cercanas al sedevacantismo, desde donde incluso algunos de sus sacerdotes han manifestado públicamente y sin ningún pudor que rezan para que el actual Santo Padre vaya pronto al cielo. Por mi parte, no puedo por menos que intentar ponerme en la piel de ese otro hombre bueno que es el papa Francisco, que desde el sufrimiento y una intensa soledad, por muy rodeado de gente que se encuentre, ha intentado que en el viejo pero enhiesto árbol de la Iglesia, reverdezcan de manera esperanzadora algunas de sus ramas.