Los que vivimos en el medio rural sabemos las ventajas que ofrece un entorno más cómodo para desarrollar un proyecto de vida. Mayor tranquilidad, coste de vida menor que en las grandes ciudades, un día a día más amable... Pero no somos ilusos, también sabemos que estos lugares para vivir cojean de muchas patas y, la mayoría, tiene que ver con los servicios públicos.
Cuesta encontrar candidatos a dirigir centros escolares, para acceder a las ofertas culturales más demandadas hay que hacer muchos kilómetros, cada vez es más difícil viajar en transporte público por el recorte de las líneas de autobús y la tozudez en no reabrir el tren Directo y nos quedamos sin médicos porque, entre los que se jubilan y los que no quieren venir aquí a trabajar, cada vez hay más plazas vacantes.
Y eso se traduce en un empeoramiento de la asistencia sanitario. Me da igual que sea en un centro de salud rural como el de Roa, en los ambulatorios de Aranda o en el Hospital de los Santos Reyes, donde el último concurso de traslados es como la estampida de las hormigas si se pisa su hormiguero.
Nos pueden decir que hay pocos médicos, que no hay especialistas para cubrir todas las plazas, que los facultativos jóvenes prefieren los grandes hospitales para seguir formándose... No digo que no tengan razón en todo eso, pero ¡habrá que buscarle una solución! Si no hay médicos, habrá que crear más plazas universitarias y si las zonas de salud rurales o pequeñas no son atractivas para comenzar una carrera profesional, habrá que incentivar a los médicos con algo para que opten por venirse al pueblo.
Luego, una vez aquí, habrá que aderezar esa discriminación positiva con los atractivos locales para conseguir que se queden. Pero ese es otro capítulo.