Vivimos en un mundo en el que la tecnología avanza más rápido de a lo que la sociedad es capaz de adaptarse. En cuestión de meses los dispositivos se desarrollan hasta alcanzar niveles de rendimiento muy superiores a la necesidad humana y las redes sociales evolucionan a un ritmo vertiginoso, adaptándose a nuestros patrones de consumo. Se yergue sobre nosotros un dantesco muro tecnológico que simula una "vida ideal" en su realidad virtual, ocultando tras de sí la verdadera realidad.

La tecnología ha erradicado las barreras de la distancia, facilitando la comunicación con familiares y amigos desde prácticamente cualquier parte del mundo, saltando así las distancias visibles que nos separan. Pero también logra separarnos cada vez más a nivel personal. Esos pequeños detalles del día a día que las redes sociales han ido haciendo cada vez más invisibles, hasta desaparecer casi por completo como las charlas casuales en bares o el tiempo de calidad en familia y con amigos.

Estos dispositivos resultan ser bastante accesibles y eficaces y su correcto uso puede ayudarnos y facilitarnos las tareas diarias, nuestro bienestar y seguridad. Sin embargo, su mal uso ya sea consciente o inconscientemente puede ser muy peligroso. La falta de privacidad, la adicción a la vida perfecta de las redes sociales, la realidad virtual o videojuegos, ponen en peligro la integridad de gran parte de la sociedad que no está preparada para ella. El problema radica en que cuesta decir 'no' a productos tan atractivos y prometedores. Quizás la concienciación y una correcta formación sobre su uso seguro ayude a ver que la vida no es lo que las gafas de realidad virtual nos quieren hacer ver, sino el mundo que nos rodea.

La realidad virtual no tiene que ser nuestro enemigo, pero debemos saber dónde poner las barreras para no perdernos en la idealidad de un mundo que no existe.