Desde mi ventana veo un par de cargadores de coches eléctricos, de esos que colocó hace un año y medio la empresa que patrocina al principal equipo de baloncesto de Palencia. Inaugurados en octubre de 2022, solo una vez he visto dos vehículos enchufados al mismo tiempo y estuve a punto de mandar la foto al periódico por lo noticioso del evento.
La mayor parte del tiempo ambas plazas están vacías. No es el cogollo de Gamonal, pero tampoco andamos sobrados en el barrio de lugares de estacionamiento a determinadas horas del día, y chirría ver el espacio público sacrificándose para un fin con tan bajísima demanda.
En el párking de Caballería, gestionado por el Ayuntamiento de Burgos, hay alrededor de 30 lugares reservados para enchufables. Los pintaron de azul y pusieron el consiguiente aparataje porque así obliga la ley, pero su uso cotidiano es mínimo y te puedes encontrar aparcado en ellos un Seat Ibiza de la letra D, que tenga de eléctrico lo mismo que un tambor.
En el subterráneo de la Plaza Mayor, nada más bajar la rampa de entrada, un cartel reza quien elige la energía del futuro tiene plaza aquí, justificando que si no puedes utilizar dos de los huecos más golosos del estacionamiento es porque, pobriño, sigues montado sobre un motor de combustión híper contaminante.
Y como contraste a todos estos ejemplos burgaleses, el pasado domingo vimos colas de varias horas (sí, varias horas) para poder cargar un Tesla en el regreso de Madrid a Valencia porque la infraestructura no daba abasto al concentrarse una tremenda necesidad en un momento puntual.
Curiosa paradoja esta de que en las calles y aparcamientos de la ciudad el espacio de todos se sacrifique en favor de empresas privadas y del interés de la administración en fomentar el vehículo eléctrico, mientras en las grandes vías de comunicación no existe lo necesario para abastecer a quienes viajan cientos de kilómetros.
¿Qué está ocurriendo? Con la movilidad los poderes públicos intentan ir un paso por delante de la concreción práctica, y eso provoca distorsiones. No han dejado que el mercado vaya dictando los tiempos y tratan de meternos por los ojos, puesto que por el bolsillo es muy difícil convencernos, lo que tiene que ser el futuro de los coches por obligación.
Y no. Están muy perdidos. Van dando palos de ciego. Venden humo aunque no salga de los tubos de escape y pregonan lo que debemos hacer sin haber comprobado antes que funcione. Lo que parecía una buena idea se está desenchufando de la triste realidad.