Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Desde arriba

16/09/2024

El gran Groucho Marx, acaso el estoico más original del siglo XX, le explicaba en cierta ocasión a su hijo que la felicidad no está hecha sino de pequeñas cosas: «Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...». Semejante concepción de la templanza ha movido sin duda a don Elon Musk a comprarse una pequeña astronave, y enrolados en ella el también multimillonario Jared Isaacman y la ingeniera Sarah Gillis se dieron hace unos días un garbeo entre cuerpos celestes en la primera misión espacial comercial de la Historia. Y lo cierto, al decir de las crónicas, es que les pareció de perlas eso de ensayar un par de piruetas por el éter sin sufrir los engorros de la ley de la gravedad, y, quizá conmovidos por la inmensidad de las regiones siderales, comentaron que la vieja Tierra, observada desde alturas tales, tiene toda la pinta de un mundo perfecto.

Lo malo, como todo, empieza cuando te acercas un poquito más y te dedicas a observar las cosas con el debido detalle. En el momento, por ejemplo, en que uno es puesto al tanto de que Donald Trump, el aspirante a convertirse de nuevo en el hombre más poderoso de ese planeta perfecto, el mismo que alentó un golpe de Estado en su propio país porque no le gustaban los resultados de unas elecciones, sostiene ante millones de personas en un debate televisado que los inmigrantes que llegan a Estados Unidos son unos salvajes sin cristianar que se alimentan de los caniches de los vecinos de Ohio (debió de pensar a última hora que lo de los niños crudos era exagerar un poco la nota). O al enterarnos, por poner otro ejemplo, de que la inefable presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha resuelto crear un centro de atención a hombres víctimas de violencia sexual, en una de esas provocaciones frívolas suyas que desprecian los problemas reales de la gente, y que responden a la nueva moda ultra de inventarse delirantes conflictos sociales para presumir luego de las audaces medidas que se han adoptado para ponerles término.

Quizá solo sea que hemos escogido mal sitio, y suceda que, en cuanto subamos unos cuantos peldaños, observaremos un panorama algo menos descorazonador. Por si acaso, podríamos probar a reservar un asiento en el próximo viaje interestelar, que a lo mejor el señor Musk nos hace precio.