Nadie osará discutir que el campeonato europeo de naciones constituye uno de los acontecimientos más extraordinarios del panorama futbolístico, pero lo cierto es que son tantas las selecciones que compiten en esta Eurocopa que a la fuerza hemos de tragarnos un buen número de partidos intrascendentes. Proliferan, sobre todo en esta primera fase, los Turquía-Georgia y los Polonia-Austria, así que casi todos los aficionados, para no abandonarnos al tedio, recurrimos a la misma solución: tomar partido por uno de los contendientes, porque siempre hemos asociado la emoción del balompié a la inestabilidad del marcador y la incertidumbre del resultado. Decidimos alentar a Ucrania, o a Eslovaquia, por graves razones geoestratégicas, o acaso por caprichos tan azarosos como el color de su zamarra, y para no acabar convirtiéndonos en meros espectadores de la estética de un juego vacío de dramatismo.
Hoy se disputa uno de esos encuentros de trámite, el España-Albania, pero sucede que se trata de nuestra selección y, claro, no necesitamos dosis artificiales de enardecimiento para apoyar a Cucurella, Yamal y compañía. Se trata de un lógico compromiso con el país propio que, por lo que sea, se echa a menudo en falta en otros ámbitos, singularmente en el de la política, en el que en estos tiempos modernos rigen unas prioridades bien distintas: en plena bronca institucional entre España y Argentina, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ha decidido enfundarse una camiseta albiceleste e invitar al colérico presidente del territorio austral a que se persone en nuestra casa a seguir vertiendo basura sobre el Gobierno de nuestra propia nación.
Así que, gracias al tan poco patriota salero de la señora Ayuso, Javier Milei ha podido evadirse un ratín de la pedregosa realidad argentina y sacar a pasear en Madrid ese disparatado discurso suyo que juzga las políticas sociales una aberración, y un robo los impuestos que las sostienen. Esperemos al menos que el odio a los 'zurdos' que comparten ambos próceres no se extienda al brillante dueño de la banda izquierda española, Nico Williams (hijo de esa inmigración ilegal a la que la ultraderecha atribuye toda suerte de infamias), no vaya a ocurrir que doña Isabel se siente esta noche delante del televisor ondeando una bandera albanesa.