En la última semana he estado en Sevilla, Mallorca, Burgos, y Madrid, claro, pero eso no cuenta, allí vivo. A Sevilla me llevó mi afición por el running. A Mallorca, mi trabajo en la radio. Y a Burgos, donde amanezco hoy, celebrar el cumpleaños de mi madre, a la que, si me lo permiten, felicito también en estas líneas. Felicidades, mami. Las madres se lo merecen todo, ¿verdad? La mía leerá hoy este artículo y lo compartirá con sus amigas en sus estados de whatsapp. Amor de madre. Sin ser estilo madre de la artista tampoco, es castellana discreta, sí orgullosa, lo sé. Más lo estoy yo de ella, de su fortaleza, su bondad y su espíritu de buena samaritana. Feliz ayudando. Que puede que la bondad no esté de moda, pero nada deja una huella igual. Se lo he dicho, menos de lo que debería, seguro, pero aquí queda ya por escrito. Y eso es para siempre. Y mira, muy ad hoc ahora que tan de moda que están las hemerotecas que sacan los colores a más de uno por lo que dijo, y lo que dice, o peor aún, lo que hace. Donde dije digo, digo Diego, a lo bestia. Aunque hay a quien ya no le sonroja nada. ¿El tiempo lo borra todo?
Tempus fugit. El tiempo vuela. Y me lleva ahí el cumpleaños de mi madre, y mi semana Willy Fog, fruto de mi afán por exprimir la vida, de sentir que aprovecho cada instante. Quizás pequeña obsesión incluso. Perpleja como me deja la rapidez con la que nos atropella el calendario. ¿Ya es febrero? Agobiada a veces por la escasez de tiempo, el gran lujo de esta era de frenesí. Y consciente de que los años van pasando. De ahí mi estrés vital por querer llegar a todo. Por conciliar, algo a lo que también aspiramos las personas que no tenemos hijos. Si se fijan, las personas activas, física y mentalmente, suelen acusar menos el paso de los años. Yo de mayor, o de más mayor ¡ejem! quiero ser como ellos. Ya habrá tiempo para descansar. Toca seguir bailando.
Y viajar. En mi horizonte siempre hay un viaje en la agenda. Una escapada para desconectar, cambiar de aires, comer, pasear… un poquito de slow life. Como burgalesa emigrante, Burgos es también para mí un poco de esto. Y, la verdad, nuestra ciudad, como la vida, está para comérsela. Literal y metafóricamente. Celebro esa subida de un 8% en visitantes. Líder en Castilla y León. En el Norte, por delante de Santander, A Coruña, Gijón o Pamplona. Sólo 'nos ganan' Bilbao, San Sebastián, Santiago, Oviedo y Vigo. Hablando de Vigo, tengo pendiente algún año ir a ver sus luces, pero imposible superar nuestras bolas gigantes escoltando la catedral. ¡Bravo!
La provincia, diría la más polifacética y poliédrica de nuestro país, extraordinaria en su variedad, también va al alza. 1,7 millones. Un 16% de aumento en el medio rural.
¡Cómo no! Si lo tenemos todo. ¡Qué ingredientes! Patrimonio, historia, vino, gastronomía, naturaleza, Atapuerca, el Camino de Santiago, el Cid, pueblos bellísimos, un paraíso para el deporte… un mundo por descubrir. No busquen más, no encontrarán una mejor Capital Europea de la Cultura en 2031.
Junto a esto, los burgaleses. También somos Burgos. Su carta de presentación, sus embajadores y 'comerciales' turísticos, incluso. Y tan pizpireta que me pongo cuando alguien me dice que viene a Burgos, me pide recomendaciones, y vuelve rendido a nuestros encantos. Ya sabemos que, para pintarlos, en el mundo no hay pinceles.
Muchos de nuestros visitantes son de Madrid. Son muchos, claro, está a dos horitas en coche, y además ahora también hay AVE, pero esto último, manifiestamente mejorable. Y aquí también quería llegar. Con algunos rodeos, ¿verdad? Será por los que da nuestro tren.