El recuerdo de los atentados del 11-M en Madrid lleva una semana acaparando portadas y espacios en los medios de comunicación. A estas alturas, ya está todo dicho. Sin embargo, quiero resaltar un aspecto que, no por conocido, es menos importante: la solidaridad ciudadana mostrada en momentos de confusión y conmoción general. Los miles de personas que colaboraron en frenar un poco el sufrimiento de los cientos de víctimas de unos actos criminales sin comparación en Europa.
Quizás es que en este país hemos sufrido mucho con el terrorismo y por ello nos hemos impregnado de la importancia de estar con los afectados por estos actos de barbarie para los que nunca existe ni una brizna de justificación. Vecinos lanzando mantas desde sus viviendas para tapar a los heridos que se acumulaban en el andén, cientos de personas haciendo cola para donar sangre tras las peticiones de los hospitales, heridos leves en la explosión de las bombas que se afanan por sacar a otras personas del amasijo de hierros... una enorme ola de solidaridad en la que cada uno prestó ayuda con lo que tenía, con lo que se necesitaba en cada momento sin detenerse a pensar en sus consecuencias.
Lo mismo que pasa estos días con la familia García, con la que Lerma se está volcando tras haber sufrido la desgracia de un incendio que ha destruido su casa, su oficina y su taller de una sola tacada. Los vecinos de la villa ducal han recogido ropa, calzado, enseres; han abierto dos cuentas para recibir donativos y han organizado un concierto y una carrera para recaudar fondos.
Las desgracias siempre producen un daño irreparable, pero al menos reconforta un poco ver que la humanidad no se ha perdido. La gente de a pie sigue mostrando su solidaridad cada vez que alguien lo necesita.