Hace un tiempo llamó al periódico un hombre muy molesto con una información que, aseguraba, «estaba entera mal». Le dije que me dijera exactamente qué es lo que era incorrecto y comencé a leerle detenidamente la noticia. El titular y el contenido genérico, reconoció, eran correctos, pero le molestaba que lo destacásemos tanto. El desarrollo, «a grandes rasgos», estaba bien. Pero llegó el momento de la ira. «Dicen que tenía un coche de alta gama, pero no es cierto. Es uno normal». Le dije con ironía si lo que quería era que escribiese otro artículo rectificando ese detalle. «No, no quiero que escribas nada. Punto». Y colgó. 

En las últimas semanas los sospechosos habituales de las redes sociales han atacado sin mucho criterio algunas informaciones de este periódico, en concreto las del operativo de la Guardia Civil contra un vecino de Gamonal que guardaba 60 kilos de explosivos en su casa. Primero nos acusaron de difundir un bulo, palabra que empezamos a utilizar por encima de nuestras posibilidades. Cuando se confirmó, dijeron que estaba todo manipulado. Luego pasó a ser correcta con matices. Y así día tras día hasta darse de bruces con la verdad y nada más que la verdad. Aunque bien poco les importó. 

Que un jefe de gabinete de comunicación difunda las imágenes de periodistas haciendo su trabajo, y les persiga porque las informaciones que publican no le gustan a su jefa, es la expresión más vergonzosa de una conducta peligrosamente arraigada en nuestra sociedad. Algunos medios siguen mirando hacia otro lado, sin pensar que tarde o temprano la foto que se publique sobre una diana mediática pueda ser la suya. Lo que más molesta a los que amenazan y hostigan a los informadores es que cuentan la verdad. Porque es precisamente la verdad la que les pone frente al espejo.