He leído estos días con inquietud las previsiones que hace la Aemet sobre el cambio climático a lo largo de este mismo siglo, sin ir más allá. Y la verdad es que son demoledoras y da un poco de miedo pensar en las consecuencias que todo ello tendrá para la vida cotidiana de los ciudadanos, pero también para la agricultura, el paisaje y otras actividades económicas y humanas.
No es que pille de sorpresa este escenario para el futuro cercano, pues hemos visto cómo ha cambiado durante las últimas décadas. Los que ya peinamos canas recordamos perfectamente las nevadas de aquellos inviernos de la infancia, cuando nos entreteníamos tirando bolas de nieve por el Paseo de los Cubos a algunas chiquillas de nuestra edad -éramos tan ingenuos que pensábamos que así se fijarían en nosotros-. Aquello pasó, hoy ya apenas nieva dos o tres veces al año y normalmente no dura mucho el suelo vestido de blanco. Lo mismo sucede con las heladas, que hasta te salían sabañones en los dedos. Más o menos venimos comprobando hace tiempo que este cambio climático sí existe y ya se nota, cada vez más.
No obstante, ya podríamos aprovechar y provocar más cambios en Burgos, una ciudad de enormes posibilidades en todos los frentes (turístico, económico, industrial, etc.), pero que parece moverse como un dinosaurio, con demasiada lentitud. Hay que ajustarse a los tiempos modernos, apretar los puños y pelear por situarse en el lugar que le corresponde sin mirar a los lados... muchas veces tengo la impresión de que intentamos compararnos demasiado con los vecinos del norte, del oeste o del sur. Hay que creer en las posibilidades de la ciudad y la provincia y trabajar para desarrollar todo su potencial. Ese también sería un cambio importante.