Blanca García Álvarez

De aquí y de allí

Blanca García Álvarez


El jazz

11/04/2024

Dos personas se levantan en cuanto suenan los primeros compases. Se mueven con el silencio que requiere una sala de conciertos en la que se escucha hasta el crujir de las cremalleras. Somos fácilmente cien personas, pero él y ella abandonan sus sillas en las primeras filas y sobrepasan mi sitio, en la última. 

En mi cabeza suenan los juicios habituales compaginados con las notas de jazz del escenario. «Qué poca vergüenza… en medio del concierto… los ha visto todo el mundo… ya tiene que ser importante». Más bien es esencial.

Cuando parece que salen a fumar, al servicio o a su casa paran a mitad de camino, justo detrás de mi silla. «La música, Blanca, la música» -hablo mucho conmigo misma- «Céntrate». Cumplo mi objetivo vital de no ser cotilla, hasta que empiezo a escuchar barridos suaves, acompasados, un poco molestos y muy cercanos.

No intercambian ni una palabra -se escucharía en toda la sala-, son sólo el trío de contrabajo, guitarra y saxofón sonando y ellos, haciendo que las notas cobren vida. Nunca he visto algo tan íntimo en la multitud, tan importante en segundo plano y tan sonoro sin hacer ni un ruido.

Termina esa canción que para ellos sería especial. Se besan y retoman el camino de vuelta a su sitio con un silencio casi procesional, como si no quisieran molestar a las noventa y ocho personas restantes que, para ellos, habían estado congeladas los últimos minutos. Cuando se callan esos dos pares de pies que hicieron música dejan huérfana la pista de baile inventada detrás de las sillas, el espacio que habían creado en medio del concierto para ellos dos, y a una testigo infiltrada que ahora lo cuenta en estas líneas.

No buscaban la atención ajena, sino su hueco en el mundo. Ellos entendieron, y mostraron a una desconocida sin quererlo, lo esencial. Vi en esta pareja la razón por la que rota el mundo. Quitaron mi alerta periodística de la boda consistorial, de la reforma de los visados para inversores y de todo aquello que es mucho ruido y pocas nueces. Demostraron en un swing lo que quiero que el mundo sea: menos sentimentalismo y más humanidad. Encapsularon en sus pasos el motor para vivir, crear y respirar.

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