Ese optimista empedernido y filósofo del otro lado de la vida que es Homer Simpson dividió a las personas en tres categorías: las que saben contar y las que no. Yo, que no soy tan profundo ni despierto, las pongo en dos bandos, las que aplauden después de aterrizar en un avión y tras ponerse el sol en una playa de Cádiz y las que no.
Bromas aparte, hay que ver cómo nos gusta jibarizar a los demás con una simple etiqueta que, en muchos casos, apenas sirve para reflejar el 1% de su 'equipaje' vital. Y también hay que ver lo sueltos que estamos cuando se trata de poner esas definiciones simplificadoras con tono peyorativo. Lo mismo ocurre, aunque no venga al caso, con las cartas al director o similares: escribimos más para quejarnos y criticar que para elogiar y agradecer. Y algo similar pasa, desviándonos aún más, en el deporte: hay muchos que protestan y hacen reproches continuamente, y no son capaces de animar ni de aplaudir a su equipo cuando las cosas salen bien.
Pero dejemos esos retratos sin su etiqueta correspondiente. A cambio, me pondré yo algunas poco comunes pero con fuerza -y con la esperanza de que mis conocidos me lleven la contraria- como mangarrán (holgazán e inútil), mangurrián (tosco, asilvestrado) y cazcaleador (que anda de un sitio para otro fingiendo hacer algo útil).
Aunque creo que a mí -y perdón por este egocentrismo- me cuadra más eso de negao (bueno, negado, que estamos en la cuna del castellano, o cerca).
Sí, me siento tan así que llevo varios días apuntando en columnitas los pros y los contras de una elección que a más de uno le podría interesar. Es la siguiente: imagínense que tienen delante dos pastillas, pero solo pueden tomarse una. Al ingerir la una, ustedes adquirirían un excelente conocimiento de cinco idiomas: inglés, francés, chino, árabe y un quinto a elegir. Si cogen la otra, serían los mayores expertos en todo lo tecnológico, desde móviles a redes sociales, inteligencia artificial...
¿Cuál se tomarían?
Hay que ver qué envidia nos da la gente que se desenvuelve como Pedro por su casa por el mundo con un buen inglés.
Hay que ver qué disgustos, sustos, inseguridades y frustraciones nos dan a algunos las nuevas tecnologías.
Y si existieran esas pastillitas-milagro y se pudiera tragar la mitad de cada una, ¿cuánto estarían dispuestos a pagar?