Siempre me gustó la Semana Santa. La de aquí y la de allí. Sevilla, su Madrugá, sus historias de porque ha muerto Joselito este año estrena lágrimas de verdad la Macarena. La Paz y los legionarios en Córdoba y Málaga la mañana del Jueves Santo. Como no, la cruz a cuestas de San Cosme donde rezaba mi abuela y marcha mi madre.
Disfruto del olor a incienso y la tradición en el Cantalejo de mi abuelo. El encuentro en Resurrección a ruedines. Hasta me empapo últimamente de la radio nazarena en noches santas, que es cuando mejor suena. Nada viene mejor al micrófono que los sentimientos a flor de piel. Los que a muchos sólo les saca su Cristo y su Virgen. Su calvario y su esperanza. Soy de todo eso, pero me cuesta asumir que entre tanta cosa que tanto gusta, odie de tan ferviente manera las torrijas. En todas sus formas.
Ya ha empezado la pandemia sin cura conocida de terminar de comer y un, -¿le apetece una torrija? - Le apetecerá a usted, canalla. Nuestra torrija, la suelen anunciar ahora en carta restaurantes de cuenta de tres cifras. Pues si es tuya, cómetela tú.
Todo tiene su explicación. Fue hace años. Misa cantada en Silos y el viejo ZX de mi abuela camino a Castroceniza. A ver a la familia, claro, con el maletero lleno de ellas. Un bidón de aceite encima de una sudadera que no la había más fea y un corzo en la carretera. Tragedia. La abuela a quitar el bicho y el portón a tiro del que escribe y su primo, que como salvajes se abalanzaron a cuatro manos sobre el ingente botín de apestosas torrijas. Entonces no apestaban evidentemente, pero desde aquel atracón no volvieron a olerse. Y ahora hasta le veo sentido.
¿Quién decidió mojar pan en leche y echarlo a freír para después cubrirlo de canela? ¿Qué invento del demonio es ese en días de guardar como los que empiezan ahora?
Esta Semana Santa volveré Cantalejo a sentarme a la mesa de mi tío Chencho, que hoy sólo es la de mi tía Pili y cuando lleguen, que llegarán, porque las borda, volveré a decir de manera educada que no me apetecen, gracias.
Se preguntará alguno a qué viene tanta historieta. Que más dará el gusto por la maldita torrija. Lo entiendo. Pero no me apetecía hablar de Begoña, de Trump, ni del pánico que me produce que el Madrid remonte el miércoles. Que disculpen los acérrimos. Pero si se envenenan con ellas, que lo hagan sólo en días señalados a poder ser.