Hace unos días en una entrevista, aquí en Burgos, me preguntaban: «¿Viajar al futuro o regresar al pasado?» ¡Buf! Tras una pausa, seguramente más dramática que otra cosa, porque lo tenía claro, dije… «viajar al pasado». Y ahora que nos encontramos a punto de dar carpetazo al 2024 y afrontar las 365 páginas en blanco que nos brinda 2025 con toda su ilusión, con toda su incertidumbre también, andaba yo dándole vueltas a mi respuesta de la imaginaria máquina del tiempo. Persona optimista, como me creo, y ¿en vez de mirar al futuro, miro al pasado? Debe ser la nostalgia que va llegando con la edad. O aquello que describía Jorge Manrique: cómo, a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado fue mejor. Era en Coplas a la muerte de su padre. Parte de aquellos versos, tan solemnes, tan certeros, que se quedaban grabados en la memoria. En mi caso ese anhelo del pasado, seguro tiene mucho que ver también con mi padre, con su ausencia, con pensar que volver allí sería volver a verle. Y dejar de ser huérfana de padre. Una de las palabras más tristes del mundo. Pero a las palabras volveré luego.
Son estas, fechas en las que piensas mucho en el tiempo, el pasado y el que está por venir. Porque, aunque hay semanas que parecen eternas, la velocidad de las hojas del calendario es arrolladora, tan vertiginosa que a veces da miedo pensar a qué alturas de la película estás ya.
Mirando hacia atrás, añoro más diversión. Antes me lo pasaba mejor, y me reía más. Pero ahora, consciente de que nada es eterno, disfruto más, todo, especialmente las cosas aparentemente pequeñas: un rayito de sol, unas risas de mis sobrinos, una victoria de un Burgos este año más sufriente en la indescifrable y sorprendente Segunda, un San Pablo más fiable, un ratito en el rugby, un dorsal para una carrera, darle bien a la bola en el paddle, qué sonido ese, música para mis oídos de deportista torpe pero entusiasta, una mirada a la catedral, un reencuentro con esas amigas que aunque estén lejos, sientes cerca, un abrazo, un beso, un cafecito con mami, un vestido bonito… O salir de la zona de confort y atreverte a bucear. Gracias Delfín Club Burgos por ese Belén en el Pozo Azul.
Río menos, pero sonrío más, siempre que puedo. Uno de los grandes legados que me dejó mi padre, hombre de eterna sonrisa. Nunca mejor dicho lo de eterna. Aquí sigue, papá, tan presente, marcando nuestro camino. Intento exprimir cada segundo, también por escasez de tiempo. Es uno de los leitmotiv de esa serie The Bear que acabo de ver, devorar incluso diría, y que toca almas y abre apetitos.
Canta Leiva Hazlo, como si fueras a morir mañana y así es. Hay que salir a comerse el mundo. A bocados.
El otro día contábamos en la tele y en la radio la historia de Albert Cogul. 57 años. Parapléjico desde 2016 por un accidente de parapente. Se acaba de convertir en la primera persona que llega en silla de ruedas al campo base del Everest, a más de 5.000 metros de altura. Él era alpinista y decidió seguir siéndolo. Mandaba un mensaje brutal. «¿Qué hago? ¿Me quedo en casa a verlo por la tele? La gente que tiene lesiones que les postran en una silla de ruedas tiene miedo a salir, a hacer cosas. Este reto es un mensaje, la vida continúa». Nos contaba lo feliz que le hace ver que su ejemplo sea un chute de energía para gente en su misma situación. Quizás no era consciente de que esa energía llega a todos. Gracias, Albert.
Mucha, energía, y dinero y manos van a seguir necesitando en Valencia. Dana es la palabra del año en 2024. Otra de las candidatas era fango, en su doble acepción, el barro que devastó tan salvajemente tantas vidas y pueblos, y la otra, la polarización, palabra precisamente de 2023 y que desgraciadamente ni el cambio de año ha borrado.
Sean felices, todo lo que puedan. Estos días, y hasta un lunes cualquiera.