Arrancaba yo 2025 con el empujón que siempre da la ilusión por un nuevo comienzo. ¡Un nuevo año por delante! En Madrid el día 1 amaneció fresquito (algo menos que en nuestra tierra) pero soleado, así que me calcé las zapatillas para un ratito de running que nunca tengo claro si me aporta más física o mentalmente. Me da que mucho de ambas. Tiene algo de terapéutico el deporte. Quien lo probó lo sabe. Quien no, el año recién estrenado es una buena oportunidad para lanzarse.
En una vida en la que, a mí, como a tantos seguramente, me falta pausa, el ratito de correr es mi burbuja anti estrés, mi momento de pensar en todo… o en nada, según ocasiones. Y mezclando el trote con la vida, llegué a una conclusión, ojalá corriera más rápido y viviera más despacio. Enero es el momento ideal para proponérmelo como objetivo, como propósito. Lo voy a hacer, perdón, a intentar. Escuchaba estos días a una psicóloga decir que los propósitos no son sueños. Soñar suena más fácil, más idealista, más lejano. ¿Verdad? Más como de cerrar los ojitos y suspirar. Más pasivo. Soñar es gratis, se dice. Los propósitos requieren más por nuestra parte. Cuestan, hay que remangarse. Algo así como intentar convertir los sueños en realidad. Porque no todos los sueños son imposibles. Ni inalcanzables. Tampoco lo contrario, no nos engañemos. Pero, bueno, queda hasta feo tirar la toalla a estas alturas de año.
El caso es que después de un poquito de deporte y de ocho revitalizadoras horas de sueño (otro de mis objetivos es dormir más), estrenaba yo el año como pletórica. Devoradora de noticias como soy, allí estábamos mi entusiasmo y yo, listos para empezar el año informados. Y entonces, ¡zas! el bofetón de la cuesta de enero, sube la luz, el teléfono, el gas, la cesta de la compra, baja el poder adquisitivo, a Valencia las ayudas siguen llegando con cuenta gotas, los jóvenes no pueden acceder a una vivienda, que sigue subiendo con precios desorbitados. Y eso sí que se está convirtiendo en inalcanzable. Más que sueño, quimera. Un lujo, el lujo de vivir. Buf. Menos mal que suben las pensiones y baja el paro.
Estos días se cuela por ahí también la noticia de que el consumo de ansiolíticos no deja de crecer en nuestro país. Así estamos. Por si fuera poco se anuncia lluvia en las cabalgatas de Reyes. Y algunos ayuntamientos deciden cambiarla de fecha. En esta sociedad de sobreprotección a los niños, ¿les tenemos que proteger hasta de la lluvia e incluso modificar la llegada de ese tridente mágico que llena a nuestros pequeños de ilusión? No pasa en nuestro Burgos, con chavales que siempre crecimos acostumbrados al frío. Hijos del frío. Bien curtiditos.
2025 se asoma como el año de la IA, la inteligencia artificial. ¡Ay! Con ella, usando una imagen manipulada falsa de Marta Ortega, la hija de Amancio, a Natividad le han estafado casi 45.000 euros. Con el temor de que ponga en peligro muchos puestos de trabajo, pensemos que esos robots humanoides lo que pueden es evitarnos trabajos mecánicos. En buenas manos, la IA seguirá mejorando por ejemplo los avances en medicina, y tantas cosas importantes, y hasta nos sacará una sonrisa como hizo con los famosos abrazos de Sánchez y Feijóo. Otra quimera. El entendimiento y buenas formas de la clase política mejor no lo pongamos en propósitos del nuevo año, porque ni soñando.
2025 se abre con sus luces y sus sombras, sus incertidumbres y sus oportunidades. Quién sabe lo que nos guarda a la vuelta de la esquina. Un nuevo puzzle al que ir encajando piezas. Historias por escribir que les deseo con final y desarrollo feliz, porque lo importante, casi siempre es el camino.
Un camino que, según van pasando, los años cada vez deseamos con menos cambios. Del ansia de novedad juvenil al no news, good news. Feliz 2025. Vivir es un lujo, y no sólo por los precios.