Conocía hace apenas un par de días que la fábrica de Bimbo en Valladolid (antigua Panrico), cesará su actividad -si nada lo evita- en la capital del Pisuerga a finales de año. Una noticia que me entristece sobremanera porque, aunque arandino y burgalés de nacimiento, crianza y pro (amén de defensor acérrimo de esta tierra), quien escribe estas líneas reconoce haber vivido allí cursando estudios y trabajando también antes de regresar a mediados de la década pasada al calor del hogar. Un punto éste, que hace que se me hielen las entrañas, tanto por tratarse aquella de una factoría más que arraigada en la ciudad, como por el incierto futuro de las casi doscientas familias trabajadoras locales si la firma mejicana lleva a efecto su plan.

Se estará preguntando usted ahora, querido lector, el porqué de este dramático inicio epistolar. Pues bien. Le responderé diciendo que, porque igualmente, y con pesadumbre añadida (creo que estoy empezando a convertirme en el cenizo del lugar), hace varios días leía en estas mismas páginas que Burgos se quedará fuera de la red de hidrógeno verde al aprobar el Ministerio de Transición Ecológica su idea inicial para el año 2030 que hace que el ramal que debía pasar por la provincia deba esperar a futuros planes para desarrollarse.

Esto significa que nuestra tierra volverá a pasar desapercibida una vez más (en este caso para el tren del futuro energético nacional), y que seguirá perdiendo posiciones geoestratégicas dentro del país. Y es que, aunque aún quede el tercer Día del Hidrógeno organizado por Enagás como última esperanza (será en enero de 2025), lo más seguro es que desde el Gobierno central, de nuevo y pese a la reciente apuesta de la UE por el macro proyecto 'verde' a desarrollar en Burgos, se vuelva a desoír al terruño del Cid relegándole al ostracismo. Triste porque, al igual que Valladolid, la caput castellae es uno de los principales motores económicos de Castilla y León y, si las tractoras de este particular tren comienzan a frenar… futuro sombrío veo.