«La verdadera paz no es solo la ausencia de guerra, sino la presencia de justicia y bienestar». Martin Luther King.

Después de más de un año, ha tenido lugar el alto el fuego temporal en Gaza. Hora es ya que se produzca, pero que el mismo no sea de forma provisional sino de manera permanente porque la población gazatí tiene todo el derecho a regresar a su país -del que nunca debieron salir-, de volver a lo que fue su hogar, aunque ya no puedan tan siquiera reconocer dónde estuvo su casa porque el panorama de destrucción será impactante a sus ojos.

Se dice que probablemente fueron los cananeos quienes dieron a Gaza su nombre, que significa «fuerza» en las antiguas lenguas semíticas. Ahora serán los habitantes que regresan, junto a los que allí han sobrevivido al genocidio israelí, quienes tengan que hacer uso de esa fuerza, de esa capacidad de resistencia que han demostrado a lo largo del tiempo, y comenzar la reconstrucción de sus vidas en todos los aspectos (psicológico-sanitario, sociocultural) porque todo está por hacer.

Reconozco que no soy todo lo optimista que debería ser en estos momentos, porque mi temor en que la situación pudiera revertir y volver a recibir ataques, según se levante Netanyahu, es latente.

La llegada de los desplazados a causa del conflicto será problemática por la dificultad de darles alojamiento digno y asistencia sanitaria ya deteriorada y prácticamente desaparecida (a no ser por las actuaciones de las ONGs) por los continuos bombardeos sufridos en los hospitales, aun no siendo objetivos militares.

El pueblo palestino necesita recuperar su territorio, que los asentamientos en zonas arrancadas por la fuerza por parte de Israel, sean devuelta a sus legítimos dueños y que se empiece a vivir en paz, a reconstruir sus vidas y sus hogares, porque es de justicia y es nuestra obligación contribuir para que así sea.