El nuevo ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública es uno de esos políticos de laboratorio que lo mismo podría ser de la Unión del Pueblo de Judea que del Frente Judaico Popular. Eso sí, lo suyo son las ocurrencias. Lo recordarán aquellos periodistas de la tierra y compañeros de partido que le acompañaron en bicicleta durante su Puro Cambio Tour, esa ruta que le llevó a la meta de los peores resultados del PSOE en Castilla y León en las elecciones autonómicas de mayo de 2011. Luego, cuando se dedicó a la fontanería en su formación, las cosas le fueron mejor. Llegó a ser presidente de Paradores y ahora al excandidato socialista a la Presidencia de la Junta le han hecho ministro. Para no perder las 'buenas' costumbres, el día en que recogió su cartera de manos de su predecesor dijo que «Llevo seis años casi sin hablar en público. Los periodistas saben e intuyen las ganas que tengo y las ganas que traigo, porque llevo seis años callado. Por lo tanto habrá para todos, también para la oposición». Y el personal se habrá quedado con la dudas: «¿Qué tendrá que decir este hombre?». Podría explicar, por ejemplo, dónde le enseñaron a traicionar a sus compañeros, como hizo con el palentino Julio Villarrubia, al que hace ahora 10 años defenestró con malas artes de su cargo de secretario general del PSOECyL. 

Uno de los mayores dramas de la política actual es esa proliferación de los discursos huecos y de los personajes siniestros, que siempre tienen a mano las obras completas de Maquiavelo. A ellas recurren cada vez que tienen que tomar una decisión comprometida, por mucho que luego digan en entrevistas o reportajes que lloraban viendo La casa de la pradera.