Sufrir un infarto en la España rural es asumir que el tiempo de reacción, tratamiento y freno va a ser un rato más largo que en una capital de provincia con cardiología en urgencias. Es otra de esas manifestaciones de las diferentes categorías de ciudadanos según su acceso a los servicios públicos… y 'los de los pueblos' son de segunda, además los helicópteros no vuelan de noche. Asumida la condición, lo que te deja con la angustia, el miedo y las preguntas sin respuesta es la oportunidad. ¿Por qué a mí?, ¿por qué ahora? Nunca es buen momento para sufrir un 'ataque al corazón', término mucho más amplio y profundo para ese mal que llega de repente y te deja con la cañería obstruida y con un despiste monumental. ¿Qué ha pasado?, luego ya atando cabos descubres que lo que te estaba dando era eso e incluso cuando te pasan la ITV completa igual es que acumulabas alguno de esos factores de riesgo que van de la edad al colesterol pasando por los genes, el estrés o el capricho de la naturaleza.
Pero toda esa mirada al estado de nuestro cuerpo va llegando con el tiempo, en ese momento que se hace eterno lo urgente es reabrir la circulación y aliviar la incertidumbre. Y es una suerte que en el Hospital Universitario de Burgos, en el HUBU, entre sus números y sus letras de colores, tenga profesionales para una cosa y para la otra, incluso para ambas porque hay cardiólogos con habilidad para el stent, el relato al paciente y a la familia y una paciencia infinita para responder preguntas que van más allá de la dolencia cardiaca. Porque el infarto deja despiste al que lo sufre pero también a sus cercanos y con especial incidencia a quien ha acompañado en esos momentos de dolor creciente en el que no sabes si hacer el boca a boca o llamar a un vecino. Esa impotencia es una de las pesadillas más traumáticas. Ella, que lo vio entrar por una puerta y lo volvió a ver, al cabo de las horas, en una cama de la Unidad de Cuidados Intensivos, solo busca entre vías, sueros, cables y máquinas con números y gráficos que monitorizan cada instante una sonrisa, aunque sea sin la dentadura postiza, una sonrisa que confirme que está bien. Y qué alegría, comedida por el entorno, cuando se descubre ese gesto que anuncia un 'estoy bien, estoy bien, ¡vaya susto!'. Y después llega el relato de lo vivido y el dolor intenso se deja atrás porque en esas horas de atención y cariño en la UCI ya ha podido contar lo de su plantación de avellanos y una enfermera encantadora lo de su niña y la primera comunión, después llegó otra que además era paisana y por ahí se fueron repasando algunas cosas de Aranda, que si sus padres, que si se conocían, que si… y así fueron pasando los turnos, rotando el personal y siempre con un «¿cómo estás?», un «parece que no ha gustado la sopa»… y la generosidad de permitirnos estar en esa UCI para dar conversación y, en la medida de lo posible, tranquilidad… y ver pasar el compromiso de todos esos sanitarias a través de las puertas transparentes de ese lugar donde todo se vive con intensidad, entrega y simpatía.
En los buenos y en los malos ratos. Mientras esperábamos que se abriera esa puerta amplia para que la cama del Jandri subiera a planta para seguir con la curación, otra familia era invitada a entrar para despedirse y ellos, el personal de la UCI, siempre ahí con su mejor disposición para las buenas noticias y para las irreversibles.
En uno de los despachos vi placas con agradecimientos, el mío y el de los míos queda aquí para el personal de la UCI 1 del HUBU, extensible a todas las UCIS. Espero que esta gratitud en las páginas del Diario de Burgos, vuele un domingo por la mañana, o cualquier otro día, hasta quienes hoy también esperan noticias buenas de los suyos. Que sepan que están en las mejores manos, esas que ayudan a impulsar las ganas de vivir.