Se llama Mariann Budde, es obispa de la iglesia episcopaliana en Washington y muestra un temple envidiable a la hora de cantar las verdades del barquero al -de nuevo- presidente de su país, que se siente impune y celebrado hasta por muchos de los que saldrán más perjudicados por sus decisiones. Budde terminó su sermón del otro día, durante la toma de posesión de Trump, con una súplica que ha copado titulares y minutos en los medios y que automáticamente la llevó a ser tildada por Elon Musk de woke, el insulto favorito de los malotes cuando les piden cosas de primero de buena persona, como que se porten bien con los débiles o que no ensucien el planeta. Y todo porque Budde rogó al presidente que tuviera piedad hacia las personas más vulnerables, las que ahora tienen miedo de ser deportadas, las que temen volver a sufrir discriminación y las que incluso ven sus vidas en riesgo tras los primeros anuncios de Trump.
La obispa fue valiente y elocuente; con un tono calmado hizo lo que se esperaría de cualquier persona con sus creencias y en su posición. Si llamó la atención fue, quizá, porque no es tan frecuente que eso ocurra. Puede que no haya servido de nada -la respuesta inmediata del presidente ha sido decir que el servicio le había parecido aburrido-, pero ha valido la pena solo por ver la reacción de todos los sentados en el primer banco de esa iglesia, puestos en evidencia a través de la voz suave pero firme de esta mujer. Hasta entonces solo se había salido del guion de la toma presidencial una risa indisimulada de Hillary Clinton durante el discurso de Trump en el momento en que este volvió a la carga con su idea de renombrar el golfo de México. Ya sean pajaradas sin recorrido aparente o decretos ya firmados, al antiguo magnate le aplauden las gracias incluso algunos paisanos nuestros de los que se autodenominan patriotas, quienes no parece que hayan medido las consecuencias para sus países de las promesas del nuevo líder del llamado mundo libre. O peor: les da igual.