Rafael Barbero

Lo que de verdad importa

Rafael Barbero


Los aranceles, el nuevo revólver

14/04/2025

En los años 80 del siglo pasado, cuando solo teníamos dos canales de televisión, era habitual que los sábados o los domingos después del telediario programasen un western. En este tipo de películas era frecuente que un sheriff o un forajido, ya fuese bueno, feo o malo, y revólver en mano, tratase de cambiar el orden establecido en cualquier lugar del Lejano Oeste de los EEUU, no sin antes dejar varios muertos por el camino. Hoy, casi 50 años después, y cuando nuestros hijos no tienen ni idea de quienes eran John Wayne, Clint Eastwood o Gary Cooper, asistimos al desarrollo de un guion muy similar al de estas películas, en el que el actor Donald Trump trata de modificar el orden mundial usando como arma los aranceles.

Para entender mejor el porqué de este comportamiento, debemos analizar el contexto económico y geoestratégico de las últimas décadas a nivel mundial. En lo referente a lo primero, hemos gozado de una globalización de las fuentes de energía, de la tecnología, de la producción y del comercio que ha permitido que cualquier ciudadano o país haya podido satisfacer de forma cuasi-ilimitada todo tipo de necesidad y a precios muy competitivos.

Y en lo relativo a la geopolítica, el mundo ha estado divido básicamente en tres bloques: uno occidental, que ha mantenido su peso, pero en el que Europa ha delegado todo el liderazgo a los EEUU; otro en la Europa del Este, en descomposición a partir de la caída del muro de Berlín; y un tercero, asiático, liderado por China, en claro desarrollo económico y social. El resultado de este periodo es que, por un lado, EEUU no ve reconocido su liderazgo mundial (muchos economistas justifican la primera llegada de Trump a la presidencia por la caída de las rentas de la clase media norteamericana principalmente en el interior del país) y observa como China alcanza niveles tecnológicos similares a los suyos en muchos ámbitos.

Rusia quiere recuperar cierto peso en el puzle utilizando el único recurso que le queda, la fuerza. Y Europa, que ha vivido una etapa razonablemente tranquila y cómoda a la sombra del su primo americano, se dedica a repartir beneficios sociales muy apreciados por sus habitantes, pero sin ser capaz de desarrollar nuevas vías de creación de riqueza que permitan mantenerlos a futuro.
Y en este orden, o caos, según se mire, aparece un actor con ganas de poner en valor sus fortalezas utilizando la principal arma que dispone, los aranceles.

La primera pregunta a responder ante este contexto es qué efecto directo sobre nuestra economía tendrán estos aranceles, para lo que ya comienzan a emitirse informes de casas de análisis de prestigio. En este momento, las exportaciones españolas hacia EEUU ascienden a 18.100 millones de euros, es decir, el 1,1% de nuestro PIB. Esto de forma directa. Pero debemos tener en cuenta también los suministros aportados por empresas españolas a exportadores de otros países, sobre todo europeos. Por tanto, si se implementa un arancel medio del 20%, el efecto sobre el PIB español debería situarse entre 2 y 3 décimas. Es verdad que este escenario no afecta a todos los sectores de actividad nacionales de la misma forma, soportando algunos de ellos como los dedicados a equipos generadores de fuerza, grasas y aceites, buques y vino los mayores impactos.

La siguiente pregunta sería por qué si el efecto estimado sobre nuestra economía es razonablemente asumible, los mercados financieros han reaccionado a la baja con tanta virulencia (el IBEX 35 cayó más de un 10% en apenas dos días y los principales índices americanos incluso algo más). Y es la respuesta a esta pregunta la que genera más incertidumbre. La ola proteccionista que origina la imposición de aranceles es una amenaza para la economía global que puede provocar por una parte una recesión en EEUU y por otra que China quiera compensar el impacto de los aranceles sobre su industria ofreciendo sus productos a otros países a bajo coste. Otros, como reacción a esta circunstancia, pueden implementar sus propios aranceles. Es decir, todo ello podría llevar a un cambio muy sustancial en el orden económico mundial de difícil cuantificación que puede afectar no solo al comercio sino también a los procesos de inversión.

Por tanto, se abre un periodo de grandes dudas que para nada ayudan al crecimiento económico necesario para mantener nuestra economía social y que nos puede conducir a un periodo de importantes ajustes. El tiempo irá determinando hasta cuándo y en qué grado sufrimos esta situación. En cualquier caso, y como todo buen guion de western, esperemos que el proceso nos conduzca finalmente a un estado mejor que el actual y para ello estamos obligados a poner en marcha planes a nivel europeo que, siendo ya evidentes, necesitan un impulso inaplazable. Por un lado, debemos desarrollar fuentes de energía renovables y competitivas que fomenten nuestra autonomía, a la vez que potencian a nuestra industria. Estamos obligados a recuperar el liderazgo tecnológico e industrial en sectores en los que hemos sido durante décadas los grandes proveedores mundiales, como son la movilidad o la biotecnología. Y tenemos que trabajar en la atracción y retención de talento poniendo en valor el gran nivel de conocimiento y de innovación que hemos alcanzado a nivel europeo. 

Solo así llegaremos a ver el The End de la película.