Dicen los expertos, que el arma más eficaz para prevenir el suicidio en adolescentes es el diálogo. La palabra tiene efectos terapéuticos si se usa para curar, pero también puede convertirse en un arma de destrucción masiva si el objetivo es hacer daño.
Los médicos sabemos mucho de esto, o deberíamos saberlo, simplemente por propia experiencia con nuestros pacientes: hay dolencias que mejoran notablemente si al paciente se le deja hablar, contar lo que le pasa, o que empeoran cuando no encuentran quien le quiera escuchar. De ahí el gran poder que tenemos los sanitarios practicando la escucha activa.
Los adolescentes sobreviven en una tormenta hormonal y emocional, que mejora considerablemente cuando alguien se presta a escuchar, pero no vivimos en un momento en el que se encuentren fácilmente espacios para escuchar, más aún, con frecuencia para sentirte escuchado tienes que pagar.
«El silencio le mató», afirmaba recientemente en una carta a un periódico la madre de un adolescente que se suicidó, lamentándose de no haber sabido ayudarle rompiendo ese silencio. Y sí, el silencio cuando se está mal no es un buen compañero de viaje porque te puede acabar conduciendo al agujero negro de la soledad.
«No estamos en una época de cambio sino en un cambio de época», escuché decir a Pepe Múgica en una entrevista, y una de las cosas que más ha cambiado en esta nueva época es la forma de comunicarnos. Vivimos en la paradoja de estar enterrados en una sobredosis de información, que en muchos casos confunde, pero ese ruido informativo no facilita la comunicación. De lo importante hay que hablar, y pocas cosas influyen tanto en nuestra vida como vivir en un estado de vulnerabilidad emocional, y eso sucede entre muchos adolescentes y muchos adultos.
¿Qué hacer? No hay recetas mágicas, pero sería bueno incidir en la educación en valores como soporte para relacionarnos: en la amistad, empatía, solidaridad, compasión, altruismo, generosidad y pongan ustedes el resto, frente al valor que aportan las cosas que también lo tienen, aunque en ellas no esté la clave para la calidad de vida que reside en las personas y los vínculos que creamos con ellas.
Educar en valores mejoraría nuestra sociedad.