A estas alturas, todos somos conscientes de que hemos entrado en una nueva era. Un ser de luz llegado desde América habita entre nosotros, y ya nada volverá a ser lo mismo. El paradigma ha cambiado, el amor ha dejado de ser el motor del universo, el romanticismo ha prescrito, dejamos atrás la era de las buenas intenciones y entramos en un período de toma de decisiones. Alguien tenía que hacerlo y va a ser él, alguien tenía que reunir las condiciones necesarias con la consiguiente conjunción astral y, convocando a sus iguales, va a inaugurar un nuevo frente de salvación que nos saque de la oscuridad reinante y nos conduzca a un cielo nuevo y una tierra nueva.
La condición para pertenecer a ese selecto grupo es tener muchos ceros en la cuenta corriente, cuantos más mejor, si se puede ser billonario mejor que millonario y, a partir de ahí, manos a la obra para poner todo en su sitio. Las cosas ya no son buenas o malas, la ética es una reminiscencia medieval superada por nuevos valores: el valor de lo rentable y la defensa de los intereses del gran país tocado y elegido por la mano del dios americano, que ya ha nombrado a su representante en la tierra. Se decía que esperábamos un nuevo advenimiento, pues ya está aquí, démosle la bienvenida como lo han hecho tantos que han rectificado y han vuelto a la luz cuando esta ha aparecido en sus vidas (y en sus futuras cuentas de resultados).
El amor estaba sobrevalorado, y la cultura también, ¿o acaso eran conceptos rentables para hacer un mundo mejor? Pues no. Y nuestro planeta también está sobrevalorado: por qué ir a Benidorm cuando vamos a tener la oportunidad de ir a Marte. No son comparables, hemos estado ciegos con Benidorm.
Y en la cultura, el nuevo paradigma nos confrontará, por ejemplo, acerca de para qué sirve un museo. Si en el edificio del Prado levantamos un hotel en lugar de colgar pinturas -actividad propia de las cuevas de Altamira- obtendremos rentabilidad, ceros para la cuenta corriente de alguien y eso es crear valor. La única cultura que sobrevivirá es la cultura del vino, porque si sobrepasas cierta dosis te enajenas, y para estar en sintonía conviene estar enajenado.
Manos a la obra, escuchemos el oráculo.