Nos guste o no nos guste, vivimos en la sociedad del like, del me gusta (o no), del mostrar (y demostrar) lo que uno hace, cuándo lo hace, cómo lo hace…, en muchos casos, con el único fin de aparentar, exacerbando aquello positivo y escondiendo aquello que no lo es tanto. El auge de las redes sociales es imparable, y esto, que nos afecta a todos, lo hace con más fervor en la etapa de la adolescencia. Suele ser habitual ver cómo niños y niñas, cada vez más jóvenes, pasan horas delante de la pantalla siguiendo a sus referentes, tratando de imitar en muchos casos sus comportamientos. Si esos 'referentes' comparten contenidos de buenos ejemplos, no hay problema, pero todos sabemos que, en muchos casos, los mensajes que se lanzan son de una calidad más que cuestionable: Con esta crema gustarás más a los chicos; la gente es mileurista porque no se esfuerza lo suficiente; si tomas estos batidos, ganarás masa muscular; si sigues mis consejos, tendrás éxito en la vida.
Esta influencia constante conlleva más a la irreflexión y a seguir la moda que a la consciencia sobre lo verdaderamente racional, positivo y generador de aprendizaje. Esto afecta directamente a nuestros estudiantes más vulnerables en relación a la construcción de su personalidad y gestión de sus emociones, así como preocupados e influenciados por gustar a los demás y ser aceptado en sus círculos sociales. Las temáticas pueden ser variadas: moda, belleza, nutrición, práctica de actividad física, estilos de vida alejados de la realidad… Además, a este contenido, que no tiene ningún tipo de filtro educativo, se puede acceder con un simple clic, lo que puede convertirse en algo realmente peligroso. Existen estudios científicos que demuestran cómo esta presión social que ejercen determinados influencers puede afectar a la autoestima, autoconcepto y rendimiento académico de nuestros jóvenes, al sentirse incapaces de no cumplir con ciertos estándares de belleza o éxito social. Esta pérdida de identidad puede también derivar en enfermedades de salud mental asociadas a depresiones, ansiedad e incluso ciberacoso escolar.
En cierta manera, se les condiciona a vivir una vida irreal, en muchos casos alejada de sus posibilidades sociales y económicas, pero, lo más importante, se les (nos) aleja de disfrutar de lo verdaderamente importante, como es pasar tiempo de calidad con la familia, tener una conversación profunda con un amigo, disfrutar de pequeñas cosas como una comida o ir al cine… y, sobre todo, aceptarse tal y como uno es, con sus defectos y sus virtudes. Por ello, y más allá de la inteligencia artificial, hoy más que nunca deberíamos centrarnos en la verdadera inteligencia humana, cuidando al máximo los pequeños detalles que garantiza la más sincera felicidad.
Para ello, las familias y los docentes desempeñamos un papel crucial para guiar a los estudiantes, fomentando el pensamiento crítico y ayudándoles a la hora de desarrollar habilidades para resistir la presión social a las que muchas veces se ven sometidos. Podemos quejarnos o podemos actuar, y creo honestamente que en esta segunda opción se encuentra la clave, siendo de nuevo la educación la herramienta más poderosa para construir una sociedad honesta, crítica, reflexiva y alejada de prejuicios y estereotipos.