José Ramón Remacha

El mirador diplomático

José Ramón Remacha


Guerra de aranceles

07/03/2025

Si fabricas y vendes telas no te conviene la competencia en el mercado. De esto saben los catalanes, cuya industria textil estuvo protegida por aranceles franquistas frente a los vendedores de paños extranjeros. Los aranceles son un medio de protección económica. No son un arma de guerra.
Ahora, Donald Trump pasa del efecto protección y prefiere usar el arancel como arma. Y Canadá le responde que se equivoca, porque en la guerra de aranceles nunca hay vencedores y vencidos. Ejemplo, la industria de la construcción americana se suministra de madera canadiense. El arancel sube el precio. Una parte paga más y otra vende menos. Es una tontería porque ambas partes pierden. En el estilo de Trump todo vale para asustar a la parte contraria y mejorar la posición negociadora. Otro ejemplo vemos en la industria del automóvil. Las grandes compañías americanas tienen sucursales en México, donde fabrican componentes necesarios para la automoción. El arancel ha tenido que hacer excepciones a instancia de las propias compañías, como la Ford, cuya producción se ve muy comprometida.

Y mirando el efecto de la guerra arancelaria en Europa el panorama es mejorable. Francia se posiciona claramente en contra. Incluso Marine Le Pen se distancia de Trump. La Italia de Meloni no entra en guerra, aprovechando su posición favorita. España venderá menos aceite y resistirá. Comprando gas y petróleo de EEUU, no tiene capacidad de respuesta. En Alemania hay un gobierno muy nuevo, todavía es pronto para apreciar su posición. 

La reacción de la UE está en la Comisión, donde verdes las han segado. La buena de Ursula saca pecho pidiendo unión, firmeza. Pero la guerra de aranceles le ha cogido con el pie cambiado. La Comisión tiene una crisis de solidez en su burocracia, tan espesa como ineficaz. Y esta pega, desgraciadamente, no es nueva. Viene de lejos, desde la gran ampliación hacia el Este, promovida por Alemania. En 1986, cuando España ingresó, tenía 14 comisarios más el presidente, hoy tiene 27. No es un problema de la Presidencia, sino de estructura. Trump toma una decisión y la aplica en pocas horas, mientras la Comisión tarda meses. Por eso se dice que la Comisión en lugar de ser sólida es cada vez más líquida.