Cuando quieres cuidar tu estado emocional, lo mejor es desconectar del mundo. Y que mejor oportunidad que el período vacacional en el que el entorno diario se dispersa y se produce la huida hacia distintos puntos de la geografía.

Yo, como persona que en este tiempo me quedo en casa, puse en práctica lo de desconectar el mundo. Cambié los medios de información por los Juegos olímpicos, libros que tenía pendientes y cuidando de mi pequeño huerto-patio; bloqueé o ignoré las llamadas cuyos números desconocía -incluso algunas desde Singapur-. 

Volviendo a la desconexión, en aquel momento dejé un panorama no muy halagüeño. Las guerras en los diferentes lugares del mundo, los desastres por inundaciones, los asesinatos machistas -porque nos siguen asesinando- estaban haciendo mella en mi estado anímico y me di cuenta a tiempo diciendo ¡hasta aquí!

La experiencia ha sido relajante y efectiva en cierta medida, porque no se pueden borrar de un plumazo ciertas imágenes. Pero hay que volver a pisar tierra firme.

Ha llegado el momento de afrontar la realidad, porque nada nuevo bajo el sol hay: se recrudecen los enfrentamientos bélicos, los cayucos siguen llegando a nuestras costas, el cambio climático (ese que algunos niegan) está produciendo desastres preocupantes y dejándonos temperaturas que no todos los cuerpos han podido aguantar (2.000 fallecimientos según datos del Instituto de Salud Carlos III).

Llega setiembre y quienes se fueron han recogido sus bártulos y regresado al punto de partida, las casas van despertando de su letargo temporal y el bullicio de voces y risas llenan el aire de nuevo.

Reinicio esta nueva temporada con ganas de seguir trabajando por mejorar el mundo con los medios a mi alcance y animando a quienes me rodean que hagan lo mismo por aquello de «un grano no hace granero, pero…».
Espero que los tiempos cercanos traigan buenas noticias.