Me dicen en la asociación cultural de mi pueblo que tengo que renovar la solicitud de inscripción, que les han pedido que, por la Ley de Protección de Datos, modifiquen las fichas con datos nuevos. Y yo pienso «ya soy socia, ya saben dónde pasarme la cuota; paso de hacer más papeles». Y no es por pereza. Pero es que la susodicha Ley se diseñó para proteger la privacidad de los individuos, pero, desde que se empezó a utilizar, nos asediaron con llamadas telefónicas de televenta y con publicidad no deseada en nuestros correos electrónicos. Y, desde entonces, nuestros datos saltan de una plataforma a otra, todos son transferibles de aquí para allá. Desde luego, la Ley no protege la privacidad del ciudadano, sino la rapacidad de las empresas, que lo acosan con llamadas, mensajes... y eso si son verdaderos, porque a todos nos ha llegado una multa que tenemos que pagar urgentemente (y no conducimos) o tenemos un paquete retenido en Barajas que desaparecerá si no lo abonamos ya mismo (y no hemos viajado en avión ni tenemos contacto con el extranjero).
Yo propongo una especie de desobediencia civil: no dar los datos correctos en aquellos lugares en que no sea imprescindible; ni los números de teléfono, ni la dirección de correo electrónico, ni la dirección postal. Pero, claro, luego llegan las instituciones y nos piden esos datos, se los damos -porque es por nuestro bien-, tienen una filtración informática... y empresas ajenas a la institución terminan por tener, pongo por caso, nuestro historial médico.
Me dicen que, desde hace poco, las llamadas de captación comercial están prohibidas, y que solo te pueden contactar las empresas de las que seas cliente. Pero a mí me llaman, dicen que de Iberdrola, y resulta que no saben que soy su cliente. Está claro que es una empresa de contactos comerciales saltándose la nueva normativa. Evidentemente, de algo tienen que vivir las empresas de llamadas telefónicas que tanto han pululado en los últimos años.
Mal remedio tiene esto. Nunca más vamos a ser ciudadanos anónimos. Nos tienen fichados. Y nuestros datos forman parte del Big Data que enriquece a algunos. Para ellos, por fin, sí somos solamente números.