Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Chaladuras

17/06/2024

Admitámoslo o no, todos hacemos equilibrios alguna vez sobre ese frágil cordel que separa los territorios de la enajenación de los de la cordura en este inhóspito valle de lágrimas que nos ha sido dado habitar, y lo cierto es que muchos de nosotros no terminamos de discernir si somos los únicos tipos juiciosos en medio de un mundo plagado de chiflados, o acaso padecemos una rara chaladura que hace excepción a la regla en una sociedad poblada por seres humanos reflexivos y mesurados.

Véase el caso de los responsables de gobernar nuestro robusto poema tallado en granito, que dieron tierra hace unas semanas al proyecto Burgos Río por juzgarlo un desatino deplorable, mas barajan ahora la posibilidad de construir un túnel subterráneo en la calle de Santander para convertir en peatonal una vía urbana de apenas doscientos metros, sin importarles que la oposición se haga cruces y no pare de preguntarse si por desventura la derecha ha perdido el juicio.

Habida cuenta de que cada uno es cada cual y baja las escaleras como quiere, el equipo de gobierno ha despreciado la solicitud del Colegio de Arquitectos para que el Ayuntamiento concediese alguna oportunidad a Burgos Río, un trabajo prolijo y que, según el parecer del colectivo profesional, plantea medidas razonables para que el eje urbano que dibuja el Arlanzón se integre de una manera más natural en la ciudad; pero, lo que son las cosas, le tiene fe a unos enigmáticos «informes técnicos» que determinarán si resulta prudente abrir en canal la calle de Santander a los pies de la Casa del Cordón, iniciativa que muchos entienden disparatada si, junto a criterios científicos, da en aplicarse una pizca de sentido común.

Así las cosas, no parece que seamos capaces de fijar de una vez por todas la linde que establece los límites entre el delirio y la razón, y seguimos sin saber a ciencia cierta si seguimos en nuestros cabales o hemos terminado por volvernos mochales del todo. Nos cabe, al menos, el recurso del autodiagnóstico, ese que se aplicó con tanta brillantez en su día el preclaro Salvador Dalí: «La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco».