Comenzar a gobernar en minoría cuando restan dos años y medio para las próximas elecciones municipales no es el panorama más halagüeño. No lo hubiera querido por nada el Partido Popular en la ciudad de Burgos, pero su patinazo con las ayudas a las oenegés que asisten a inmigrantes ha salido así de caro. Si es más culpa de Ayala que de Vox, o de Vox que de Ayala, es algo que podría analizarse, pero a partir de ahora unos y otros, y también el PSOE, tendrán que dejar claro lo crucial. Hasta dónde les importa Burgos de verdad. El exsocio de Gobierno ha asegurado por boca de su portavoz que serán duros y contundentes donde tengan que serlo, parece que dejando espacios de respiro. Pero desde la bancada socialista, De la Rosa ha subido la apuesta prometiendo una oposición «inflexible», a la vez que ha adelantado a la alcaldesa que «se va a arrepentir del desprecio» con el que les ha tratado hasta hoy. Se escuchó todo en el pleno extraordinario en el que Ayala perdió la cuestión de confianza, una sesión que evidenció que hay mucha bilis por digerir. Y quizás sea solo por pura cuestión de personalidad, pero llamó la atención que el discurso más áspero no fuera el de quien ha sido expulsado de un bipartito. En todo caso, Ayala se enfrenta a dos grupos que se sienten, por distintas razones, damnificados, y tendrá que demostrar si es capaz de reconducir la enorme tensión con ellos por el bien de la ciudad.
Gobernar con 11 concejales de 27 no puede ser fácil, sería engañarse, pero tampoco debe ser misión imposible. Caer en el bloqueo absoluto sería responsabilidad de los tres: del PP, del PSOE y de Vox. La alcaldesa no puede aspirar a gozar con el apoyo de esta nueva oposición a cambio de nada. Se espera comprobar su habilidad para negociar, algo que hasta ahora ha obviado, regla general cuando se gobierna con mayoría.
La alcaldesa tendrá que abrirse a permitir que su proyecto tenga pinceladas rojas y verdes, porque negociar no será ni más ni menos que eso. El resto, De la Rosa y Martínez-Acitores, también deben reflexionar sobre el papel que quieren jugar. Si el de la venganza, que harían pagar a los burgaleses, o el de una oposición a la altura que los ciudadanos, que no han roto nada, se merecen.