Lo de Burgos y los atropellos es algo para que los conductores nos lo hagamos mirar, pero muy seriamente. Es increíble que una persona pueda perder la vida por cometer el inmenso delito de cruzar un paso de peatones. Una acción, parece ser, de alto riesgo en esta ciudad. La última víctima mortal, la semana pasada, fue un hombre de tan solo 45 años. El caso fue especialmente surrealista, porque aunque un primer vehículo se detuvo para permitirle atravesar la calle Vitoria por un paso de cebra a la altura de Bridgestone, un segundo no echó el freno, con lo que embistió al coche parado y éste fue el que arrolló al peatón y lo metió en sus bajos. Fue trasladado al hospital, pero acabó falleciendo.
No es la primera vez, ni la segunda, ni la tercera, ni la cuarta… En 2022, cinco personas murieron atropelladas, y tres en 2023. 2024 lo salvamos sin muertes, pero se registraron aún más atropellos que en el año anterior. Fueron 76, 15 más, y casi el 70% de ellos en pasos de peatones, resultando heridas graves trece personas.
Pero, ¿qué nos pasa? ¿A dónde se va con tanta prisa, con tanto despiste, con tanta obsesión por el teléfono móvil? La Policía Local se afana desde hace tiempo en intentar atajar este gravísimo problema. El año pasado, por ejemplo, doblaron los controles con el radar móvil, lo que provocó un importante repunte de las sanciones por exceso de velocidad, pero parece que tocar el bolsillo tampoco funciona. Quizás convendría una mayor penalización por parte de la justicia para los responsables de los atropellos, pero en todo caso, ahí el daño ya está hecho, y de lo que se trata es de evitarlo. Por eso creo que la concienciación, con mayúsculas, es algo en lo que se debe trabajar mucho más de lo que se ha hecho.
Quizás sería bueno que, como hace la DGT, nos pongan frente a frente con el dolor de los familiares de los peatones a los que se ha segado la vida. Y ponernos en sus zapatos. Pensar que ese chico de la calle Vitoria podría ser nuestro hermano, nuestro hijo, nuestro marido, nuestro mejor amigo. Quizás así aflojemos el ritmo, dejemos de creernos Fernando Alonso y echemos el freno a tiempo cuando vislumbremos unas rayas blancas en la calzada.