Quizás muchos lectores estén en desacuerdo, pero yo le doy la bienvenida al frío, a ese frío que siempre ha puesto a nuestra capital en los informativos televisivos y que tanta 'mala fama' ha dado a Burgos. Pero es que de un tiempo a esta parte, el veroño se eterniza y la primavera también parece más estival que primaveral. Así que un cortísimo invierno nos recuerda esa estación del frío, del frío sanador del ambiente, sanador de la tierra, que libra batallas contra bacterias y plagas y que es aliado del campo y de muchas actividades económicas, además de la salud.
Con tanto cambio climático, he llegado a echar de menos las heladas y, no digamos la nieve, que apenas hace cuatro años que no asoma en condiciones por Lunada y otras alturas de Las Merindades. Sé con certeza que apenas ha bajado el termómetro en los últimos inviernos, porque muchas prendas de abrigo apenas han salido del armario en varias temporadas. Es entonces cuando comienzo a pensar en como se están modificando los ciclos naturales y me pregunto como será la naturaleza, la flora y la fauna del futuro, de seguir en este camino.
El frío, además, o al menos el fresco de las noches de verano también nos hace diferentes y afortunados, porque atrae cada vez a más madrileños, andaluces, valencianos o catalanes que huyen del calor y se refugian en nuestros alojamientos de turismo rural. Sin duda, la temperatura se está convirtiendo en una de las ventajas del norte. Así que cada vez que pienso en el cambio climático me siento un poco afortunada de vivir en el norte, en el extremo, en la tierra verde de Las Merindades. Pese a ello sigo intentando poner mi grano de arena para evitar que nuestro planeta siga perdiendo la capa de ozono que lo rodea y el paisaje de cada día continúe siendo tan espectacular.