Hace ya algunos días, contaba este periódico que los bomberos de la ciudad no cubrirán las plazas convocadas en sus oposiciones por el alto número de suspensos. Resulta que había 19 vacantes, a estas alturas quedan 'vivos' solamente 13 aspirantes y todavía hay pruebas pendientes.
Esta es la típica cosa de las administraciones públicas que, desde dentro, lo ven de lo más normal, pero que si uno da dos pasos hacia atrás y toma un mínimo de perspectiva se echa las manos a la cabeza. Nadie actuaría de una manera semejante si tuviera que solventar un problema para sí mismo. Es como si, por ejemplo, usted quiere reformar su casa y no acaba de escoger cuadrilla de albañilería porque la que domina el estucado veneciano tiene carencias con el enfoscado bruñido y la que borda los pavimentos vinílicos patina un poco con las molduras parisinas. Uno elige lo mejor entre lo que hay, propicia que la obra se realice y el mundo siga girando.
En el caso de los bomberos es parecido. No se trata de regalarlo, pero entre los cerca de dos centenares de candidatos, que probablemente llevan años preparándose a conciencia, es muy extraño que no existan 19 listos para el puesto. El fallo es del examen, que al parecer es mucho más complicado que en las provincias limítrofes, como si el fuego aquí fuera más voraz o difícil de domar. La prueba no cumple con su función esencial: cubrir las necesidades de este servicio, no olvidarlo, para los ciudadanos de Burgos. Porque si se convoca ese número de plazas, se entiende que son necesarias, y ahora habrá que lanzar otro concurso para cubrirlas, con su montaña de burocracia... Otro año como poco.
Puestos a utilizar un sistema tan delirante, lo suyo sería llevarlo hasta las últimas consecuencias. Si podemos estar sin bomberos porque catean, que se haga lo mismo con los concejales. Una persona puede ser responsable de un área municipal importante con el único aval de haber conseguido entrar en una lista electoral que consiga gobernar (no es necesario ni que gane). Eso requiere méritos (ser bueno en codazos, destreza en intrigas de partido...) que no necesariamente son útiles para la gestión. Así, un/a concejal de cultura puede serlo sin saber distinguir el expresionismo abstracto de una charanga o su homólogo/a de, precisamente, bomberos, ignorando qué líquido sale de una manguera. La plaza nunca quedará vacante.
Así que o todos o ninguno. O si no, como cantaba Serrat en Cada loco con su tema, «puestos a escoger, prefiero un bombero a un bombardero», y a un concejal, añadimos aquí. Salud y alegría.