Normalmente, viajar y ver mundo es positivo, es una experiencia que abre la mente e invita a ser más tolerante. Importante en esta época en que cuando no piensas o no te expresas bajo el criterio que se nos va imponiendo por decretazo, te conviertes de inmediato en un fascista, y comprobando que ya no es posible tener un corazón de izquierdas y una cabeza de derechas, la única solución que encuentro es esconderme bajo los libros y viajar, para que la mente no se me atonte de manera definitiva.
Pues con este rollo que he metido, y si siguen Vds. leyendo, les diré a qué viene todo lo anterior. Y es que viajando y saliendo de mi querido Burguitos, a mi regreso me he quedado desolada ante la iluminación navideña de nuestra ciudad, y lo peor es que seguramente este año sea mejor que nunca, por lo menos, más financiación se ha tenido, pero viendo y comparando lo que se hace en otras ciudades similares a la nuestra y con las que competimos por atraer al turismo, es una penita. Otra oportunidad desaprovechada. Sí, una vez más el lema político de café para todos resulta un auténtico desastre para las actuaciones que requieren concentración y buen hacer.
Nadie va a venir a Burgos cuando Oviedo, Córdoba, Valladolid, Santander… -y nombro solo algunas ciudades que he visto y que son nuestra competencia directa-, están increíbles y sus centros históricos resplandecen. Perdónenme, pero no puede ser tan difícil, ni requerir tanto esfuerzo, realizar una actuación que convierta nuestro magnífico centro histórico en un reclamo para todos nuestros vecinos. Tenemos la materia prima pero nos falta como siempre otra cosa. Lo triste es que para el año que viene no se va arreglar y me temo que nadie se va a preocupar de convertir nuestro centro en lo que debe ser para los burgaleses y para nuestros visitantes durante este periodo navideño.
Lo más curioso es que, por otro lado, a los comerciantes, sector golpeado sin cesar por las distintas crisis, se les exige que con un presupuesto anual paupérrimo, dinamicen, revitalicen, promocionen y asombren a los de aquí y a los de allá. Eso sí, sin olvidar que deben abonar una tasa municipal por cada farola que osen adornar. Sin duda, ha vuelto el Grinch a Burgos.