Javier Fernández Mardomingo

Cortita y al pie

Javier Fernández Mardomingo


Cinco años

14/03/2025

Lo que hace que nos metieron en casa. Por si alguno se había olvidado. Era sábado. Entraba en vigor el domingo. Será para quince días, pensé. Hacía una semana habíamos estado en la bodega Marcos rulando porrones de clarete y viendo desfilar por delante la marcha del 8-M. Muy apropiado todo.

Cinco años hace y cuando volvimos a salir fue a pasear con perímetro marcado. Lo del teletrabajo no se estilaba y el zoom era todavía y sólo el de las fotos. Recuerdo las mañanas de radio de Alsina y aquel facciamo finta che tutto va bene cuando nada iba bene. Y la despedida telemática de mi amigo Fran en un piso de cuarenta metros, que menos mal que fue telemática. Los furgones de funeraria bajando la calle y aquel dos de abril. Con mi mujer cumpliendo años y uno volviendo de contar los primeros datos de paro post encierro y el pico de novecientos muertos oficiales en un día. Tocaba disimular, pero aquel jueves, con una cornada de tres trayectorias, recuerdo pensar que todo se iba a la mierda sin solución de continuidad.

Cinco años hace que se cerró la vida para todos y se fue para muchos, y hay que rendir honor a los que hicieron de lo más pequeño el mayor de los placeres. Al que se inventó cualquier forma de pasar el tiempo. Como al que emitió el Burgos-Orense del ascenso para jalear a Pendín como si acabara de marcarlo. Como al que sirvió de estraperlo un vino por un ventanuco. A todos.

Cinco años hace. Y el centro de Madrid también quedó vacío. Pasearlo era una maravilla. Volví a hacerlo hace un par de días. Una mañana de martes pasada por agua sin turistas de cámara al pescuezo. Aproveché para ir a la librería de viejo Miguel Miranda, en la calle Lope de Vega. Junto a la casa de Quevedo y pasando por los versos de La canción del pirata de Espronceda y las golondrinas de Bécquer en Huertas. Se entraba sin problema en el Cervantes, Quiroga o la Alemana y hasta podía uno comprar queso donde González. Irreductibles de un barrio que cada vez tiene más carteles luminosos con apóstrofo ese. El centro volvió a ser aquel centro durante un rato. Y yo volví a pensar que entre tanta mala cosa que comenzó hace cinco años un pequeño paseo nos parecía de las mejores del mundo. Quedé con ganas de comprar a Miguel los cuentos de Calleja. Que los tiene completos y originales. De museo. Pero marcaban muchos ceros y hoy tocaba escribir de los pequeños lujos. No era plan, pero puede que algún día, con tal de volver, vaya a por ellos. Quién sabe.