El verano es para las bicicletas... y para las verbenas. Para ver a la chavalería corretear sin necesidad de mirar el reloj por las calles del pueblo con sus bicis y para acercarse a la localidad vecina a echar un baile. No estaría de más que Dani Arce, el 'bailongo', creara su propia cofradía de fieles. O que formara un partido político que tuviese como fin último declarar las verbenas patrimonio inmaterial de la humanidad -otros los han constituido para fines más perversos-.
Es curioso lo del fenómeno verbenero, sobre todo en estos tiempos de grandes festivales y de despampanantes conciertos de rutilantes estrellas que abarrotan estadios durante varios días. Entre toda esa vorágine musical, siguen triunfando las orquestas. Ya no se lleva lo de sacar a bailar a las chicas y está en extinción la sesión de tarde, pero el personal continúa enganchado a esa tradición tan arraigada en la España rural, hasta el punto que una verbena, de las de antes, protagoniza el anuncio veraniego de la Lotería de Navidad. El spot de marras rinde además homenaje a las plazas, esos espacios compartidos que califica como 'el mejor lugar del mundo'. Una definición muy oportuna en estos tiempos en los que la convivencia se está poniendo en cuarentena por tantos profetas de la demagogia.
La plaza continúa siendo esa ágora que acoge a todos por igual. De ello somos testigos los que por edad y descendencia debemos estar de vez en cuando ejerciendo de 'controladores' verbeneros. Ya sea desde el atrio de la iglesia o desde cualquier otra altura que permita divisar todo el recinto, la 'vigilancia' paterna sirve también para comprobar lo poco que le importan a la gente del común las diferencias cuando de lo que se trata es de contagiar la alegría, esa vacuna que habría que inocular a diario a los cafres.