«Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas». Esta cita forma parte de la obra Los cínicos no sirven para este oficio, escrita por el polaco Ryszard Kapuscinski, al que Gabriel García Márquez llegó a definir como «el verdadero maestro del periodismo y uno de los mejores cronistas del siglo XX».
Pues bien, cuanto más la leo, más me convence. Sencillamente, porque esconde una de esas grandes verdades universales. Añadía quien fue una de las plumas más brillantes del periodismo europeo que sólo si alguien es buena persona puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades y sus tragedias. Es una cualidad que en psicología se denomina empatía, pero lamentablemente en la actualidad escasea y mucho. No me negarán que sobran ejemplos por la villa que alegra Castilla...
Decía también Kapuscinski que en nuestra profesión «ser éticamente correctos es una de las principales responsabilidades que tenemos». Ética y responsabilidad. Dos términos, como la empatía, que por desgracia tampoco resultan demasiado frecuentes. ¿Cuántos asuntos se abordan a la ligera, sin contrastar la información? ¿Cuántos otros son 'analizados' por tertulianos que tan pronto opinan de la guerra en Ucrania como lo hacen de una obra de teatro? Es decir, sin ningún rigor. Algunos se han convertido en personajes bufonescos, de aspaviento fácil. Todólogos que sólo aportan ruido.
¿Por qué hay quienes han llegado a esto? Está claro que a determinados medios les resulta mucho más barato recurrir a contertulios para que llenen muchos minutos con sus parloteos en lugar de gastar en buenos reportajes realizados por profesionales.