El de la tribuna política y el de la calle son relatos paralelos, demasiado alejados. No hay semana de tregua en este sentido, con una brecha cada vez más grande. Decepcionante, incluso irresponsable.
Mientras Valencia repite, suplica, «No nos olvidéis» y aún hay personas desaparecidas -qué angustia y qué imprescindible el respeto hacia las víctimas y sus familias-, en las comparecencias públicas dominan las evasivas y el cruce de acusaciones sobre las responsabilidades, elevando el tono cada día. Mientras la ciudadanía burgalesa clama por la convivencia y la inclusión social, esta realidad tan incuestionable ha provocado que hoy lleguemos al Pleno en el que se debate la aprobación de los presupuestos para 2025 con el bipartito inmerso en dos discursos completamente paralelos sobre los convenios con las ONG. El asunto deja en el aire su coalición, aunque sostengan que dialogan y, sobre todo, el camino que llevarán las cuentas, 250 millones. Veremos lo que depara hoy la sesión.
El relato que protagoniza la escena política en general denota con demasiada frecuencia falta de empatía con la realidad del tejido social. ¿Tan complejo resulta para el político aterrizar en la sociedad que representa, quizá aún más cuando se trata de la Administración local? Nadie dijo que fuera fácil gobernar, ni trasladar el teórico discurso de las campañas electorales a la práctica, pisando el terreno, y tratando de entenderlo. Me quedo con la foto de Burgos clamando por la convivencia, después de unas semanas llenas de vaivenes con discursos contradictorios, sabias rectificaciones y envoltorios para tratar de encajar lo que no encaja: la exclusión.
La inclusión sí es desarrollo para una ciudad. A propósito de esos presupuestos tan necesarios que tanta estabilidad van a dar a Burgos, como se presupone y nos dicen. Responsabilidad, por favor.