Toca renovar direcciones de centros educativos y hoy concluye el plazo de presentación de candidaturas. La cuestión, con sus requisitos, es voluntaria y cada vez tiene menos simpatizantes. Ser el 'alcalde' de colegios o institutos suena, desde fuera, a gran reto, pero sobre todo a enorme responsabilidad. ¿Compensa?
A la puerta del director llama la Administración, el alumnado, las familias, el propio equipo de profesores que conforma el claustro... Mucha tela que cortar, y muy delicada, entre otras cosas porque todo el proceso conlleva la gestión de personas.
Se presume de las buenas notas que en los informes oficiales saca Castilla y León en Educación. Calidad en la enseñanza de la que saca pecho la Administración y mérito principal de quienes conforman su corazón: el profesorado. No cabe duda de que resulte fácil hallar docentes con ideas a impulsar desde la dirección pero el camino, a juzgar también por quienes descartan renovar, resulta ingrato y mina las ganas al voluntario, en un sector profesional en el que, en mi opinión, aún domina la vocación sobre el oportunismo.
Al desgaste parece que contribuye algo tan alejado de la docencia como es la burocracia, exigente y extensa ya a pie de aula por lo que desgrana el colectivo. ¿Administrativos o docentes? Entiendo que haya protocolos que cumplir pero si se atascan o, lo que es más, atascan la labor pedagógica, parece razonable hacerse preguntas desde los órganos responsables. Para revaluar, allanar e incentivar, también en lo económico.
Porque no es comparable sacar adelante un proyecto directivo propio rodeado del equipo que eliges a que, por falta de candidatos, te toque de oficio. Ni el camino ni el resultado, que debe redundar en el alumnado, pueden ser igual de favorables.