Ya está. Se acabó. Este periódico no volverá a publicar los datos de nacimientos y defunciones del Registro Civil a los que tanta afición tenía el personal, porque son privados y no pueden airearse públicamente. El diario pierde así un poquito de interés, porque en el papel se busca lo que en otros medios no se encuentra, que la información general se nos sale por las orejas y cuando abrimos el periódico, estamos al cabo de la calle de lo que ha pasado y, casi, de lo que va a pasar, así que hay que abonarse a los reportajes, a las columnas de opinión, e incluso a los anuncios por palabras, que no dejan de tener su aquel. Ya saben ustedes que Baroja estaba en un café junto a un hombre que leía atentamente un periódico, que le dijo:
-«Da gusto ver publicado lo que uno escribe, ¿verdad?».
-«Verdad», contestó Baroja, «¿hay algún artículo suyo?».
-«No, es que he puesto un anuncio porque vendo media tonelada de castañas».
Hombre, don Pío, no confunda a un mayorista de castañas con un escritor, aunque las columnas sean a veces una castaña.
-«He leído su columna de hoy, Jabato».
-«¿Y?».
-«Una castaña».
La prohibición de publicar los datos de nacimientos del Registro Civil hace a los ciudadanos anónimos hasta que se abren una cuenta de TikTok, y quien quiera dar a conocer públicamente un natalicio, deberá insertar una esquela como antaño Maricastaño, participando la feliz noticia. En cuanto a los datos de los fallecidos, nadie más muerto que el olvidado, como dijera Marañón, nadie más muerto que aquel a quien, ni por un segundo, se tiene en la mente. Estas son ahora las normas, estos son los nuevos tiempos, que protegen la privacidad de los datos de gentes sin privacidad, cuyos nombres tal vez no aparecerán nunca en un periódico, salvo que pongan un anuncio de venta de castañas.
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