En estos últimos quince días, desde mi anterior presencia en este rinconcito dominical, me he dedicado a apuntar retos, propios y extraños. Por ejemplo, de los primeros, para mí lo es desayunar en la cocina de pie (manías que tiene uno) y que no se me caiga ni una gota de leche en el pijama ni en la encimera. Y de los segundos, uno podría ser el diseñar unos calcetines que no se bajen ni se escondan en el zapato, pero que tampoco corten la circulación de la sangre en la pantorrilla.
Otro reto en el que he fracasado es en colar en alguna frase con amigos, y sin resultar más pedante de lo que soy, el verbo 'capicular', que -aunque no ha entrado en la RAE- equivale a colocarse, por ejemplo, dos personas en sentido opuesto en la cama, cabeza de uno con pies de otro. Las sardinas en lata vienen capiculadas.
También tengo un reto mayúsculo e inalcanzable, al que solo podrían acercarse nombres como Karlos Arguiñano o Ferran Adrià desde sus altavoces mediáticos y autoridad gastronómica. Resulta que en España se nos llena la boca con la dieta mediterránea y sus bondades, pero luego en gran parte de los restaurantes, ya sean de menú del día o de carta de tres dígitos, se olvidan de uno de los componentes básicos de dicha alimentación saludable, la fruta. ¿Por qué? ¿Porque es algo que hay en casi todas las casas, cosa que no ocurre con postres elaborados, y si comemos fuera preferimos la novedad? Puede. Pero yo me pregunto, ¿y no será porque por un flan con nata nos clavan 5 euros y les da vergüenza (¡normal!) poner esa tarifa a una humilde manzana? (Por cierto, un inciso: las peras al vino entran en la categoría de fruta o de postres elaborados?). Este tema me tiene preocupado, pues soy de los que se zampan más de media docena de piezas de fruta al día.
Tampoco entiendo por qué un niño puede pedir un menú de adulto y en muchos sitios no puede hacerse al revés. Todo por la pasta.
Como despedida, dos intranscendentes retos que me acompañan desde hace décadas: entender qué significa exactamente «voz aterciopelada», pues he oído y leído esa expresión referida a cantantes con tonos graves, agudos, nasales, 'atabacados', susurrantes, sensuales, roncos... ¿Y de cuántas decenas de personas podemos decir que son «uno de nuestros directores de cine (o actores, o modelos...) más internacionales?».