«Me llamo Gonzalo Calderón, tengo treinta y dos años, soy médico y he superado cinco cánceres con sus correspondientes metástasis». No es que le haya prestado el espacio de esta columna a Gonzalo. No es el caso, pero si fuera así lo haría muy bien: tiene muchas cosas que contar.
Esa frase es el reclamo de la portada de su Guía del Súper Viviente Oncológico, un libro que -aquí va la promoción- presentará el próximo jueves 18 en el salón de actos de la Fundación Círculo. Gonzalo pertenece a una generación que, al menos para mí, se caracteriza por su transparencia de la que se deriva inevitablemente cierta generosidad.
Los jóvenes pertenecientes a su generación han perdido, en general, el miedo a contar lo que les pasa, aunque puedan estar pasando por momentos complicados. Y en un momento dado, deciden compartir su experiencia por si eso puede ayudar a alguien más.
Aquí es donde entra la guía que ha escrito y en la que ofrece consejos prácticos -tan prácticos que vienen de alguien con experiencia de sobra- a los pacientes a quienes acaban de diagnosticar un cáncer. No voy a destripar su contenido, pero solo les diré que Gonzalo desarma por su forma de expresarse y por la lógica de las cosas que cuenta.
En general, soy muy partidaria de escuchar. A todo el mundo. Pero últimamente y cada vez más, a la gente más joven que yo: a Virginia y Sara, fotógrafas de conciertos, que explican con pasión su profesión. A Manu, que sufrió anorexia y escribió un libro y también se abre a los demás para compartir sus vivencias. A Valeria, que ha contado su transición en este periódico, a la que acabo de ver bailar sobre el escenario del Fórum junto a decenas de jóvenes como ella, llenas de anhelos y desvelos.
Se expresan donde pueden y quieren: en un podcast, en fotografías, en libros, sobre las tablas, en TikTok, en un periódico o en YouTube. Pero lo mejor es lo que cuentan.