Empieza el día y me dispongo a revisar alguna documentación relacionada con la vida de los españoles más sabios y capaces exiliados durante nuestra guerra y años inmediatos en Gran Bretaña. Antes, cargo bien un café que tomo mientras escucho noticias de otras guerras (Gaza) y la amenaza de ensanchamiento de escenarios y me pregunto también por otras ahora silenciadas (Ucrania) o ignoradas (Sudán). En una de las paredes de la cocina, cuelga un pequeño calendario con anotaciones propias de la rutina diaria en distintas fechas y con señalamiento de imprenta de algo destacado en alguna concreta; por ejemplo, 23 de abril, Día de Castilla y León (de eso comentamos en la próxima columna). Desconozco el motivo por el cual la lámina que corresponde ilustrar este mes reproduce La Lección de Anatomía que Rembrandt pintara en 1633 pero el cuadro me empujaba a intentar abrir el tiempo con un bisturí para implantarme ahí, como otro de los cirujanos más, enardecido con las explicaciones que el eminente Dr. Tulp ofrece a los colegas que no entendemos las cosas de este mundo, por costumbre yacente, y que en la pintura se representa con forma de cuerpo humano.
Lo más desalmado e indecente de cualquier guerra es la indefensión de la vida de los niños, o la de su corazón y memoria cuando sobreviven. Un adolescente de los 3.800 niños y adolescentes evacuados desde Bilbao hasta Southampton en el trasatlántico Habana (1937) y acogido en la residencia de Lord Farringdon, antes de morir enfermo de leucemia, pidió hablar con Cernuda, el poeta que en sus primeros momentos de exilio prestaba allí ayuda intentado colaborar en redimir infancias trituradas. Hablaron, recitó algo y después el chico pidió que le dejara volverse para que no le viera morir. Esa historia de dignidad y de respeto de lo más íntimo cuando llega la larga sombra, la cuenta en emotivo reportaje José Lobo y el hecho inspiró posterior poema de Cernuda, Niño muerto. En la actual guerra Israel-Gaza ni siquiera esa dignidad ni intimidad es posible; miles de niños mueren sabiendo que no hay amparo posible, sin ni poder controlar excrementos ante el pánico por bombardeos, según testimonios.
No sé si conocer la historia será necesario para evitar errores del pasado puesto que se repiten permanentemente. Incluso, a mayor conocimiento, la crueldad progresa, se afina. Pero estudiarla, si no se quiere vivir encavernado, confundiendo sombras con realidades, como sucede en las dictaduras (Bertolucci lo cuenta bien a propósito de Italia en El Conformista), es imprescindible.