Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


Otoño, frutas

13/11/2024

El astrónomo que buscaba respuestas para cualquier problema que el pensamiento planteara no entendía que llamaran cosas preciosas al oro o la plata por encima de otras proporcionadas por la naturaleza. En Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, libro publicado en 1632 y por el que Galileo fue condenado por herejía, el científico utilizó las naranjas para desvelar nuestro frecuente desacierto en la valoración de cuanto nos rodea. Se preguntaba por qué llamaban cosas preciosas al oro y la plata si cualquier príncipe cambiaría carretas de oro y diamantes por un trozo de tierra que resultara necesario para plantar una semilla de naranjo y verla crecer con sus bellas ramas, sus preciosas flores, sus maravillosos frutos. 

Crecimos lejos de naranjos, pero con las naranjas mezcladas con manzanas y mandarinas en el frutero de la casa. Crecimos con ese olor que noviembre siempre conserva a mandarinas y que ahora nos traslada a un tiempo de infancia en el que nos decían que llegaban desde Valencia, de donde cuando no viajábamos, solo sabíamos por la memorización de provincias en el colegio, por el Cid, por alguna postal, por el atlas que en casa había y por el carrusel deportivo que narraba las paradas de un tal Pesudo o las hazañas de un tal Quincoces. Siento un enorme agradecimiento por el atlas, que me enseñaba lugares y paisajes a los que no podías llegar, y por algunos libros de poesía en los que el mar, los naranjos y otros paisajes, latían en sus poemas. 

La poesía también advierte. En el siglo XV escribía Gómez Manrique (Coplas por el mal gobierno de la ciudad de Toledo) que cuando los necios y ciegos guían, ay de los que van detrás. Verso que no prescribe. Si en estos días te levantas abatido por tanta vida perdida o quebrada en Valencia, por tanta belleza de campo anegada (de ese por el que príncipes renacentistas darían carretas de oro y diamantes) y porque has comprobado de qué forma guían necios y ciegos (aquí también hay asuntos), quizás encuentres consuelo algún momento contemplando lo cotidiano más hermoso: en el frutero de la casa, la perfecta redondez de la naranja, la melancolía de la manzana vieja, la humildad de las frutas que parecen querer pedir perdón por perder su color y que -decía Cezanne- te hablan de los campos que abandonaron, de la lluvia que las nutrió, de la aurora que las contempló, del amor que el sol les dio, de su recuerdo del rocío.