Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


Europa. Cafés

12/06/2024

Lo de 'Se acabó la fiesta' es mentira. Tanto, que el pasado domingo seguimos disfrutando de la fiesta del voto nuevamente; volvimos a mostrar que queremos estar presentes en decisiones que afectan a nuestras vidas porque a eso no se renuncia.

Las mesas electorales de hace tres días para elección de diputados europeos bien pudieran haber estado en los cafés. Steiner, profesor y autor de ensayos imprescindibles, ha escrito sobre cómo los cafés aportan contenido a la noción de Europa. Van desde O Brasileira en Lisboa, el preferido por Pessoa, hasta los frecuentados por los gánsteres de Isaac Babel en Odessa Stories. Se extienden desde los que por Copenhague se paseaban filósofos como Kierkegaard, hasta las barras de Nápoles donde Oscar Wilde o Gabrielle D'Annunzio acudían al Gambrinus. O desde los pubs de Irlanda donde sus literatos rastrean palabras, matices y acentos (la última novela de Joyce se desarrolla en un pub) hasta los cafés de Madrid donde los de aquí sobreviven (La Colmena / Cela) y viven en conversación y tertulia (Comercial, Gijón, Varela, Pombo…). Y en nuestro caso, cómo no citar el café Candelas en el que durante los años anteriores a la guerra se reunían los tertulianos de El Ciprés. O el España, nuestro único café centenario que reabre hoy, después de tanta tertulia y convivencia apuntalada durante un siglo.

Esos cafés, que son lugares donde se pasa el día, se bebe, se escribe, se juega y conversa, que servían de buzón de correos para los sin domicilio fijo, que estaban abiertos a todos estimulando creación y sosteniendo vida, son un rasgo característico, una seña de Europa. Cómplices con la Ciencia (en los de Viena escribía Freud, en el Odeon de Zurich Einstein daba conferencias…), fueron también clubs del espíritu albergando a la oposición política. En el Procope, en París desde 1689, se sentaron Voltaire y Rousseau y discutieron la revolución Danton y Robespierre. O en el Café Du Croissant un asesino de extrema derecha mató al socialista y fundador del periódico L'Humanité, Jean Jaurès, internacionalista opuesto a cualquier nacionalismo, partidario de una patria común para todos los trabajadores europeos y convencido de que tradición no era preservar ceniza sino mantener una llama viva. A Jaurès, Jacques Brell le dedicó en 1977 un tema de su último álbum, una canción tan hermosa como las más reproducidas de las suyas tantas veces en pianos de cafés, Amsterdam o Ne me quitte pas, seguramente la más bella de las canciones de amor europeas.