Nuestro protagonista había decidido usar el coche para venir a España de vacaciones empleando dos o tres días en atravesar nuestro país de norte a sur hasta llegar a su destino al sol. En apenas una hora desde que dejó el ferry ya estaba inmerso en un paisaje de montañas y valles de una belleza inesperada. Se dejó llevar por las señales indicadoras de lugares pintorescos, patrimonio artístico, pueblos con encanto y cosas parecidas. Se enganchó a las numerosas muestras de arte románico que se iba encontrando. Le hablaron de un pueblo edificado sobre una roca que hacía de puente sobre un río creando una ventana natural fascinante.
Eran tantos los valles a descubrir que no sabía cuál elegir. Las carreteras eran de una belleza que creía ya inexistente y su estado era perfecto para el ritmo del viajero en coche clásico. Se cruzaba con grupos de motoristas disfrutando del entorno o de cicloturistas satisfechos por el respeto que obtenían del escaso tráfico. En cada parada le daban más y más pistas sobre cosas que tenía que ver. Un pueblo recorrido de arriba a abajo por una cascada espectacular, un ferrocarril desmantelado convertido en vía verde atravesando lugares increíbles o un páramo con los restos de una antigua explotación petrolífera única en su especie. Todo ello salpicado por alojamientos de calidad, una gastronomía tradicional excelente y un trato humano con ganas de agradar.
Los tres días habían volado y estaba atrapado por tantos atractivos a su alrededor que lo del plan de la hamaca al sol desde la mañana hasta la tarde con visitas al grifo de cerveza y al buffet con la misma comida de todo el año y rodeado de compatriotas con el mismo objetivo ya no le parecía tan buena idea. Aquí le decían que tenía que ir al yacimiento donde aparecieron los restos del primer europeo, o visitar una Catedral gótica Patrimonio de la Humanidad, o penetrar en una cueva de nombre imposible para él con decenas de kilómetros de galerías, o descender en canoa por un río, o contemplar el cañón desde un mirador que desafía la gravedad, u observar aves, o recorrer más de cien kilómetros de ruta jacobea, o jugar varios campos de golf, o conocer las bodegas que elaboran vinos de fama mundial, o empezar el día escuchando canto gregoriano, o hacer senderismo por un desfiladero inconcebible y tantas y tantas otras cosas. Había empezado a descubrir Burgos. ¡Qué pena que la hamaca ya estuviera pagada!