No hay ninguno que se haya hecho una celebridad, pero vaya si tienen poder. Un solo movimiento de expediente por su parte puede provocar auténticos terremotos, como lo de la mariposa aleteando sus alas a miles de kilómetros de distancia. Pongamos que un señor, pareja de la presidenta de una comunidad autónoma, reconoce a la Agencia Tributaria que ha defraudado unos cientos de miles de euros y lejos de suponerles un problema a él o a ella, durante el alocado devenir de los acontecimientos -que incluyen filtraciones a la prensa, chulería en redes sociales y la investigación a todo un fiscal general- quien primero acaba dimitiendo es un rival político de la presidenta. Y todavía quedarán un par de temporadas más de esta historia de no ficción.
Una se imagina a los inspectores de Hacienda haciendo cosas que desde fuera no parecen apasionantes: analizando montañas de facturas, navegando en cuentas bancarias buscando si todo cuadra con lo declarado… o colocando un calendario gigante en la pared de su despacho para ir marcando cuántos días ha pasado en un año en España una famosa cantante para comprobar si tenía que haber pagado una millonada en impuestos. De eso último tienen la culpa Diego San José y su serie Celeste, que no es el nombre de su protagonista, sino de la celebridad a la que investiga.
La Ley de los Ángeles o Turno de Oficio pudieron animar a la chavalada de los 80 a ser abogados. House u otra serie de médicos -hay unas cuantas- quizá llamaron por el camino sanitario a unos cuantos. Incluso hay artículos que afirman que una cantidad nada desdeñable de adolescentes de finales de los 90 se decantó por estudiar periodismo en España por aquella serie que protagonizaron José Coronado, Alicia Borrachero y el añorado Álex Angulo. Pero no sé yo si Celeste -mejor dicho, Sara, el personaje de Carmen Machi- podría tener el mismo efecto en futuras vocaciones. Al menos en un país en el que cientos de personas se pueden arremolinar a la puerta de un juzgado para apoyar a un futbolista que ha hecho todo lo posible por no contribuir a la Hacienda común con los impuestos que le tocan. Un dinero con el que se paga la sanidad, la educación y la seguridad, entre otras cosas, de quienes le jalean. Y esto también podría parecer ficción, pero fue real.