No sé si la Navidad arranca con el encendido de las luces, lo hace el día del sorteo de la lotería o como para mí hoy, cuando empiezan las vacaciones escolares. Ahora sí, es Navidad, tiempo de conciliación. Y de empacho general. Vaya por delante que los empachos no tienen que ser necesariamente indigestos.
Lo cierto es que vienen días de conciliación obligada. La de la logística infantil, la consabida con los parientes y la que tiene que ver con uno mismo. Cojan aire. Porque por delante hay semanas de inevitables saturaciones. Con brindis a tutiplén, buenos deseos a raudales, postureo en redes sociales versión pasteleo navideño... Vienen días de zampar más de la cuenta, aunque sea por inercia. Y llegan mañanas y noches con la misma banda sonora: la de los villancicos. Tradicionales o no, la realidad es que este es su tiempo, el de vivir la Navidad, escucharla y cantarla.
La Navidad suena muy bien en la ciudad, especialmente de la mano de agrupaciones a las que hay que mimar desde Cultura, y diría que este año también se ve estupendamente. Me pongo en la perspectiva del turista en un Burgos que cierra el año con récord de viajeros y me agrada pensar en la impronta y el buen sabor que puede ofrecer la ciudad, la que mira a 2031 para ser Capital Europea de la Cultura.
Falta mucho camino. Pero entiendo que estamos, o pretendemos estar, en la carrera. Para competirla también hay que saber conciliar. Hoy vuelve a haber Pleno municipal, mucho ruido con la ordenanza de terrazas y otra saturación, la administrativa. Tener de aliado a un sector como la hostelería para turistas de hoy y capitalidades del futuro parece clave. Hoy, y en ese camino, toca consensuar entre todos los partidos si es que más allá de las siglas Burgos es de verdad lo que importa.
Es Navidad. Brinden, de terraceo sin huelga o donde quieran. Es un privilegio poder hacerlo con los nuestros. Y eso, que no es eterno, nunca puede provocar un empacho.