(¡Ah! ¡Pero estabas ahí!).
¡Qué mal envejecer! O mejor dicho, ¡qué muerte tan injusta! Silenciosa y silenciada. Ejecutada con ignorancia. Ingratitud humana, una vez más. Sin nadie que proteste en las redes sociales ni en la Plaza Mayor por el inmerecido trato sufrido. Por el olvido con que ha sido pagada su infinita sabiduría y su discreto saber estar. ¡Qué cruel para ella ha resultado este siglo tecnológico, vertiginoso y desmemoriado!
Antaño, desde el orgullo de sus poseedores y pagadores a plazos, compartió reinado en millones de salones de España con las 625 líneas de la televisión en blanco y negro y también en color, aunque solo con dos cadenas. La pantalla pudo y supo adaptarse -y perder su 'culo gordo' y estilizarse- y convivir con las nuevas generaciones y sus gustos para continuar adelante, en movimiento, con brillo, con perspectiva... Pero ella se quedó ahí, viendo la vida pasar, inerte, con la mirada atrapada en el pasado, sin poder regenerarse ni buscar aliados. Su tiempo pasó, por mucho que tuviera que ofrecer. Adiós, monarca antes venerada, y hasta consultada, adornada con todos los saberes, ciencias, datos, personajes, historias, rincones y memoria. Admirable. Noble. Hoy inútil. Desconocida. Descolocada.
Ni en su final ha encontrado un poco de paz, compasión y honor. Poco a poco le cerraron la boca y se cubrió de polvo. Nadie le preguntaba ya cuál era la capital de Burkina Faso, ni escondía entre sus miles de páginas cartas furtivas de amor, ni hojas de árboles singulares... Expulsada del paraíso.
Y mira que tenía porte recio en decenas de tomos, y precio importante. Pero su tiempo pasó. Por encima. Nadie ha tenido en cuenta su sentido acogedor y tolerante, que igual invitaba a su mesa de diálogo al líder de los yemeres rojos camboyanos, el sanguinario Pol Pot, que al fundador intelectual del capitalismo, Adam Smith, que al santo Job.
¿Y ahora, qué?
¡A la basura no puede ir! ¡Ni al contenedor de papel! ¡Qué sacrilegio! Quizá en un colegio: «No. Ni nos cabe, ni le vemos utilidad hoy». Tal vez un instituto: «No. Ni hablar; hemos tenido que sacar las que teníamos». Su lugar en el mundo puede ser una biblioteca, con su gente: «No. Casi todas las semanas viene alguna pidiendo asilo, aunque sea en un rinconcito. Pero no las podemos acoger». Pues al pueblo: «No. No podemos convertirlo en un trastero de cosas inútiles».
No hay 'residencias' para las enciclopedias. Pero sí pueden curar el aburrimiento. Pues a un centro de salud, para que en un último servicio entretengan e ilustren las esperas.