La ciencia avanza que es una barbaridad. Y la tecnología, ni hablamos. Los que nacimos antes de la muerte del ferrolano más famoso, no es que tengamos dificultades para seguir el ritmo de sus frenéticos y sorprendentes avances; no. Es que nos cuesta Dios y ayuda (palabras malsonantes incluidas) no perder de vista su sombra. Pero toda regla tiene su excepción. O varias. Y el futuro a veces se queda dormido en el rincón más insospechado. Como en las farmacias. Ya hicimos parada allí hace unos meses para admirar la soltura con la que los profesionales de las boticas cortan con cúter o tijera la solapita del código de barras y la pegan con celo, y con celo, en una hojita preparada ad hoc. Ríete tú de la inteligencia artificial y de Jesús Calleja volando por el espacio. Sus razones tendrá el gremio de las pastillas y las pomadas, pero no sé si serán muy convincentes en 2025.
Pero yo hoy quería hablarles de otro caso de avance sencillo, apreciadísimo, barato y olvidado. Y hasta considero que sería muy rentable. Yo lanzo la idea gratis, sin registrar ni patentar, por si nadie ha caído en ella, y que inventen los alemanes. O quien sea.
A lo que iba, que el aire carnavalero me dispersa. Resulta que hace ya años que tenemos coches silenciosos, que no les detectas hasta que te despeinan. Y hasta furgonetas. Pero los minitaladros de los dentistas siguen haciendo un ruido infernal, macabro, que cuando se acercan y estás con la boca abierta se te pone la carne de gallina. El pánico o fobia al dentista (odontofobia) es una realidad nada baladí para muchas personas, lo que repercute en su salud bucal y general.
Ya hemos 'descubierto' todos los ingredientes para pizzas originales, todos los zumos de frutas imaginables, todas las combinaciones de colores y rayas para vender cada temporada más de camisetas del mismo equipo de fútbol... ¡Pero si existe (lo he usado, y todavía no salgo de mi asombro) una maquinita que produce aire para 'abrirnos' los guantes de plástico de los supermercados para coger el pan y la fruta!
Emprendedores del mundo, a centrarse y a trasladar la tecnología silenciadora de los coches a los taladros odontológicos, que tenemos abandonados al sarro y la caries.
¡Ya verán qué sonrisa ponemos todos!